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La velocidad es un factor determinante en la gravedad de los accidentes. Si la fórmula de la energía cinética, que todo vehículo acumula en su movimiento, está expresada por (Ec = ½ mv²) o, en términos más sencillos: la energía es igual a un medio de la masa del vehículo por la velocidad a la que circula en ese momento al cuadrado, tenemos que tener presente que, una colisión a 70 km/h, es dos veces más violenta que a 50 km/h, por tanto los riesgos de heridas y lesiones también aumentan en esa proporción.

Cuando circulamos estamos generando una energía que más nos vale disipar a través de los frenos y el calor que se genera al aplicarlos, que transformándola de golpe en deformaciones de la carrocería y en lesiones.

Nada se crea, nada se pierde, todo se transforma. Esta vieja fórmula de Lavoisier también es válida en el automóvil. La energía que produce el motor, se transforma a través de los gases del escape, la propia temperatura del motor y del rozamiento de los neumáticos y la masa del aire. Y, por tanto, aplicando la fórmula, cuanto más pesado sea un vehículo y mayor la velocidad a la que circula, mayor será la cantidad de energía acumulada. En caso de choque, la dispersión de esa energía se producirá de forma muy violenta transformada en calor y deformación de los materiales que conforman el vehículo y los del obstáculo contra el que se choca.

En el magma circulatorio en el que nos movemos hoy día, conviven en el tráfico toda clase de vehículos muy distintos entre sí: camiones, motos, bicicletas, coches de todo terreno, pequeñas furgonetas, peatones… y, entre todos ellos, su peso, su masa y sus características son muy diferentes y, por tanto, “incompatibles”. En un choque entre un camión y un turismo, este último absorberá una gran parte de la energía acumulada por el camión.

Como puede comprobarse, no todos somos iguales a la hora de sufrir un accidente. Hace años, en Suecia, un ingeniero de la Volvo me dijo algo que me hizo meditar sobre estas diferencias: “Volvo construye coches muy capaces de soportar toda clase de choques, ¿pero cuál sería el resultado si chocan dos Volvos iguales entre sí?”

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El símil nos permite reflexionar sobre estas desigualdades aunque, en todo accidente, influyen muchos más factores que nada tiene que ver con la construcción del vehículo. En el supuesto de estos dos Volvos, todo dependería del ángulo del impacto, de la velocidad de uno y otro al chocar y de la velocidad final, lo que se conoce como variación de la velocidad para establecer la violencia de un choque.

Cuanto más pesado es un vehículo y mayor su velocidad, la anticipación ante cualquier contingencia y los márgenes de seguridad, debe ser mayores.

En cualquier caso, y como norma general, nos conviene meditar sobre estas comparaciones, antes de cometer una imprudencia o pisar de más el acelerador donde no se debe.

Ejemplos tomados del libro “El Buen Camino”, editado por Renault Seguridad

* A 100 km/h, un objeto de 250 g (un ordenador portátil o un libro sobre la bandeja trasera de un coche) acumula una energía cinética equivalente al de una bala disparada a bocajarro con una pistola del calibre 6,35 mm. En caso de choque, ¡más vale no encontrarse en su trayectoria!
* En un choque a 50 km/h, nuestro cuerpo ha acumulado una energía cinética al llegar al suelo equivalente a una caída libre desde un edificio de tres plantas.
* A 110 km/h, sería igual que saltar desde el Arco del Triunfo de París, que tiene 50 metros d altura.
* Y para vivir sensaciones parecidas a 130 km/h, habría que saltar desde lo más alto de Notre-Dame (69 m) sin paracaídas.