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Estoy presente en un grupo en el que surge el mal momento deportivo de Fernando Alonso y Rafael Nadal. Uno de los componentes del grupo, de pronto interviene diciendo, “Alonso y Nadal están acabados”.

Por mi parte ni siquiera me molesto en contestarle porque automáticamente me vienen a la memoria la forma en la que otros países encumbran y respetan lo ya conseguido por sus   grandes figuras.

En Francia, por poner un ejemplo. En 1954, una joven escritora de18 años, Françoise Sagan, hasta entonces desconocida, publicó Bonjour Tristesse, una novela que pronto vendió millones de ejemplares, por cierto, nada especial desde el punto de vista literario.

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Su fama alcanzó de repente un éxito espectacular, no sólo en Francia sino también a nivel mundial; el director norteamericano Otto Preminger hizo una película con su argumento.

Françoise Sagan murió en el 2004, y hasta el fin de sus días fue respetada por los franceses como uno de sus grandes iconos.

En el terreno del deporte, sin mencionar a otros: Michel Platini, Marcel Cerdan en Francia, Casius Clay o Sugar Ray Robinsón en Norteamérica, Edmund Hillary en Inglaterra, Fangio y Maradona en Argentina, Pelé y Ayrton Senna en Brasil…

Rafael Nadal y Fernando Alonso están sin duda, en cuanto a fama mérito y categoría,  entre los más grandes a nivel planetario.

Algunas personas destruyen aquello que dicen haber amado alguna vez, y los españoles tendemos a vilipendiar, después de ensalzarlos  hasta la esquizofrenia, hechos y personas a las que deberíamos respetar  en vida y hasta después de su muerte.

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