La mayoría de nuestros adolescentes -chicos y chicas-, al cumplir los 14 años, sueñan con tener un vehículo de dos ruedas motorizado. En muchos casos cuesta mucho convencer a los padres pero, al final, la mayoría de estos potenciales ases del motociclismo acaban saliéndose con la suya.

En esta etapa tan importante en la vida de futuro conductor, el desconocimiento y la falta de experiencia en el tráfico, propician, en muchos casos, conductas irresponsables y la aceptación del riesgo como una parte del placer de conducir una moto aunque sea de poca cilindrada.

Pasado algún tiempo, muchos de estos nuevos conductores de ciclomotores de 49,9 centímetros cúbicos, deciden que su vehículo no corre lo suficiente y, mal aconsejados, deciden aumentar las prestaciones de su vehículo y le instalan un kit para aumentar la potencia del motor, contra toda norma.

En este breve artículo voy a tratar de enumerar los riesgos que entraña esta decisión, partiendo ya de la base de que, si el riesgo de conducir un ciclomotor es cinco veces mayor que el de conducir un automóvil y, por tanto, dotarlo de mayor potencia y velocidad aumenta las posibilidades de sufrir un grave accidente.

La modificación de la culata y el pistón de cualquiera de estos pequeños motores, puede aumentar la potencia de 50 centímetros cúbicos a 80, y la velocidad a 100 km/h, y, en algunos casos, a 120 km/h. Si además se modifica el sistema de escape, lo que fue construido para desplazarse hasta el parque, el cine o el colegio, se convierte en una escandalosa fiera en manos de un crío irresponsable.

Y de esta forma, nos encontramos ante un adolescente entre los 14 y los 15 años que, de pronto, irrumpe en la complejidad del tráfico sin conocer las normas y sin la madurez suficiente para asumir su responsabilidad.

Por otra parte, al trucar el motor y aumentar sus prestaciones para alcanzar una mayor velocidad, sin estar acostumbrado, se expone a que el vehículo que, en origen está construido para unas prestaciones determinadas más modestas, de repente tiene que soportar esfuerzos muy superiores, sobre los frenos, el chasis, los neumáticos y las suspensiones.

En Francia, donde no se andan con chiquitas tratándose de la seguridad vial, han decidido coger el toro por los cuernos y desde el 5 enero pasado han establecido las siguientes sanciones: aquellos que venden kits de trucaje, infringen el artículo 317/29 del Reglamento de la Circulación y la infracción lleva consigo dos años de prisión y 300.000 € de multa. Los profesionales se arriesgan además a la suspensión de su actividad durante cinco años.

En Francia ya se han dado tres casos en concesionarios de Grenoble, Foix y Toulouse, sancionados por infringir esta norma, y la Prévention Routiére se ha personado en el litigio como acusación civil. Y, por si fuera poco, aquellos que son sorprendidos circulando con el motor trucado, son multados con 135 € y el riesgo de inmovilización del vehículo o la confiscación definitiva por las fuerzas del orden.