Resulta alentador comprobar que, al menos, por el momento, ya se constata una reducción de los accidentes del tráfico al día de hoy. Pero, para alcanzar una cifra comparable a la conseguida por algunos países europeos que, desde hace ya tiempo, han puesto en práctica el sistema, mucho me temo que, el atribuir de forma exclusiva al fallo humano la causa de los accidentes, sea una forma de disfrazar la realidad.

Cualquier observador que viaje por muchas de nuestras carreteras, incluidas las vías principales que cruzan nuestro país, sabe que la señalización, sobre todo la preventiva en caso de obras, y el estado del firme, representan un peligro latente para la seguridad del tráfico.

Por no cansar con una enumeración exhaustiva de los centenares de carreteras que, en estado pésimo de conservación, padecemos ahora mismo, voy a referirme sólo a algunas de las más transitadas por foráneos y nacionales.

La carretera de Andalucía, en su tramo entre Valdepeñas, Santa Cruz de Mudela, Almuradiel y, de forma muy especial a su paso por Despeñaperros, es tan peligrosa y está tan bacheada en su carril derecho que, el conductor, en ausencia de tráfico, se ve obligado a permanecer sobre el carril izquierdo hasta que otros vehículos intentan adelantarle.

La zona de frenado a la salida de los dos túneles, en los que la carretera hace un ángulo de noventa grados terminando en una pared de granito, a su paso por Despeñaperros, es una auténtica trampa desde tiempos inmemoriales.

La autovía de Madrid-Zaragoza presenta un estado deplorable de conservación. La de Valencia, en algunos tramos, padece la misma enfermedad. De las de Andalucía, la de más reciente construcción, la de Sierra Nevada, entre Bailén y hasta su llegada a Granada, ha sufrido tal deterioro en tan pocos años que uno se pregunta si se acepto su licitación al mejor postor en precio sacrificando la calidad de su construcción. La autovía que une Granada con Málaga y Sevilla es el paradigma de cómo se abandona por falta de conservación una vía especialmente peligrosa.

La A-7 que, desde la frontera con Francia nos comunica con África, sobre todo a su paso por la provincia de Murcia, es lo menos parecido a una carretera europea.

No quiero seguir por no hacer este comentario interminable. Vengo estos días de hacer un trayecto conduciendo, por Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Dinamarca, Suecia y Noruega, con vuelta por Alemania, Suiza y Francia y, excepto en Noruega, en donde apenas hay unos kilómetros de autopistas interrumpidas en muchos tramos y en donde las carreteras que bordean los fiordos son estrechas y sinuosas, la comparación con España me produce auténtica envidia.

No digamos de cómo las obras, muchas en curso en estos momentos en todos los países mencionados, están preseñalizadas de forma tan visible que resulta imposible llega a ellas sin haberte percibido de su presencia incluso con algunos kilómetros de antelación.

La pésima señalización de la red vial española induce a una conducción errática y titubeante, causa de no pocos alcances y colisiones por cambios bruscos de carril. Pero todavía existe un peligro mayor, además de la incomodidad y el deterioro de la mecánica (elementos de suspensión, etc). Cuando los neumáticos, en una zona totalmente llena de baches e irregularidades del firme, rebota, pierde su adherencia y reduce considerablemente la total disponible en ese momento.

Si esto, además, ocurre en una frenada como a las que obligan tramos como los de Despeñaperros, por poner un ejemplo, las posibilidades de acabar contra el muro o invadir el lado izquierdo son más que posibles. Y si esto le ocurre a un motorista, la posibilidad de que sufra un accidente se eleva al cuadrado.

Estoy más que seguro que si hiciésemos una encuesta sobre este problema, serían miles de conductores los que me darían la razón. Creo que no basta con castigar, en cierto modo perseguir a los conductores, quizás algunos se lo merezcan más que otros, ¿pero quién culpa a quienes nos administran que, en lugar emplear los miles de millones que genera el automóvil, no los emplean en la educación, la formación y, sobre todo, en la conservación las vías por la que circulamos y por la que, a diario, ponemos en riesgo nuestras vidas?