“Llevo las carreras en la sangre…” – Ayrton Senna

Cuando comienzo el relato de lo que fue para mí la década mágica, la más reciente en el tiempo y la que me resulta más difícil de abordar, hago un esfuerzo por sustituir aquella trágica imagen del Tamburello por otra más amable, la de mi primera entrevista a Senna en vísperas del Gran Premio de Dallas, en 1984.

Han pasado un buen número de años desde que sucedieron ambas cosas, pero no hay un sólo momento, cuando ahora contemplo cualquier carrera de Fórmula 1 en cualquier circuito del mundo, en el que una curva, un nombre, o las voces de los comentaristas de la RAI, (todos contemporáneos y algunos rivales en la pista, del gran piloto brasileño) no me traigan algún recuerdo vivo de aquella década inolvidable.

Para quien, cómo yo, ha sentido la congoja al borde de las lágrimas, cuando Luis del Olmo me pidió, al día siguiente del suceso, que le hablase de Senna y de su mortal accidente, aún hoy, cuando escribo esto, su imagen dentro o fuera de la pista y, sobre todo la de aquél día trágico, sigue apareciendo ante mis ojos como en la pantalla gigante de un cine. Los ecos de su voz en inglés, cuando pronunció aquellas palabras que han dado la vuelta al mundo después de su muerte: “Racing is in my blood” (llevo las carreras en la sangre)… “Racing is everything for me” (las carreras son todo para mí)…“They are the challenge of my life” (son el desafío de mi vida)… “My soul and my body belong to racing” (mi alma y mi cuerpo pertenecen a las carreras)… todavía suenan en mis oídos como si fuese hoy.

Describir la personalidad de Senna, cuando otros mucho más próximos a él, ya lo han hecho de forma magistral, sería tarea inútil y pretenciosa. Pero lo que sí puedo intentar, es dejar reflejadas en éste libro mis apreciaciones personales y algunos de los momentos que, por unas razones u otras, me permitieron conocer de forma directa sus pensamientos y sus opiniones. Será necesario para ello que el lector sea en algunos momentos condescendiente con mi inevitable apasionamiento al referirme al que considero el piloto más grande de la historia y el individuo con mayor magnetismo personal de todos los que me he tropezado en la Fórmula 1.

Desde sus primeros pasos en el complicado mundo de las carreras, aún a pesar de su juventud, sus reflexiones sobre el deporte, la religión y la vida, eran más propias de un filósofo en plena madurez que de un joven casi imberbe. Muchos de estos pensamientos expresados en público y en voz bien alta, se hicieron famosos y algunos de ellos irán apareciendo tal como él los manifestó en multitud de ocasiones; sus alegrías, sus rabietas, cuando se sintió a merced del sistema y de las arbitrariedades de la autoridad deportiva, jamás se las guardó para él, aún a costa de causarle grandes perjuicios. Pero al final, ante lo inevitable, hasta sus más enconados detractores no tuvieron más remedio que rendirse ante la enorme dimensión de su figura

“Wining is like a drug” (ganar es como una droga). Y Senna fue siempre un adicto a esa droga. Esta otra frase lo define aún mucho más: “Nunca sabréis lo que siente un piloto cuando gana. El casco oculta sentimientos incomprensibles”. O esta: “Quiero ganar siempre. Esa teoría de que lo importante es participar es pura demagogia”.

Por eso, si se quiere ahondar en el lado oscuro del gran piloto brasileño, no queda más remedio que reconocer que ese afán de victoria condicionó hasta tal punto su carrera deportiva que, en muchas ocasiones, todo aquello que se opusiese a la consecución de sus objetivos se convertía inmediatamente en un enemigo a batir. Esa paranoia tenía necesariamente que ser alimentada por algo o por alguien que le sirviese de referente; un rival a quien superar, un coche inferior, las peores condiciones de un circuito, eran todos revulsivos contra los cuales Senna se crecía hasta conseguir demostrarse a sí mismo que podía ir más allá, donde otros nunca serían capaces de llegar: “Es curioso, cuando creo que he llegado al punto máximo, descubro que todavía puedo superarlo”. En muchas ocasiones los sentimientos y hasta lo deportivo, perdían su importancia. En ese empeño, Senna llegó a ser de una dureza que contrastaba mucho con sus actitudes más generosas frente a otros aspectos de su vida.

Ya desde el principio de su aparición en 1984, el objetivo elegido por Senna, “el enemigo al que había que destruir en el futuro”… era el mejor de todos sus competidores, el francés Alain Prost.

En cierto modo, el enfrentamiento parecía inevitable. Senna vivía su carrera con una gran intensidad y se proponía ser siempre el mejor en todo, y en aquellos momentos Prost estaba en la cresta de la ola y era, con diferencia, el piloto más veloz y de mayor talento.