Cuando a partir de la década de los cincuenta SEAT comenzó a fabricar automóviles en España, los poderes públicos favorecieron su desarrollo, y los accidentes y las infracciones, se consideraron una fatalidad y un tributo que había que pagar al progreso.

Era la época en la que yo comenzaba a conducir y nadie, ni por asomo, nos alertaba de los peligros del tráfico.

En las décadas que siguieron, coincidiendo con el aumento de la circulación, se promulgaron leyes sobre los riesgos de la velocidad, la obligatoriedad de abrocharse el cinturón, las consecuencias de la ingesta de alcohol y otras.

Pero pocas de estas normas dieron el resultado apetecido, porque o no se aplicaban o se aplicaban mal debido a una falta de organización de los poderes públicos y, sobre todo, por una total falta de interés de la propia sociedad.

Esta falta de interés compartido, dio lugar a los malos hábitos y a que su resultado quedara cada año reflejado en cifras alarmantes de victimas del tráfico.

El despertar de los fabricantes de automóvil en materia de investigación de la seguridad y del comportamiento de los conductores son asignaturas relativamente recientes.

De hecho, la alarma comenzó a producirse cuando los medios de comunicación y la propia sociedad comenzaron a ejercer presión sobre los responsables de la Administración ante la irreparable pérdida de vidas humanas.

El resultado de esta presión, aunque resulte muy difícil de precisar, se ha ido traduciendo en un mayor número de medidas en la reglamentación y en un endurecimiento más severo de las penas, aunque esto último aún precisa de un cambio radical si queremos de verdad alcanzar un nivel de seguridad homologable a la Unión Europea.

En Francia, donde nadie se rasga las vestiduras en la aplicación del castigo a los infractores, los resultados han sido realmente espectaculares. En el 2001 hubo 7.720 muertos, 7.242 en el 2002 y 5.732 en el 2003, y las cifras siguen bajando.

Para que se produzca un éxito semejante en España, es necesario mejorar todavía muchas cosas, haciendo hincapié en la formación, y en que las políticas de represión que han dado un excelente resultado a nuestros vecinos, sean admitidas y soportadas por toda la sociedad de forma mayoritaria, pero siempre que se apliquen de forma generalizada y justa.

El infractor que no establece una relación directa entre el peligro que conlleva su infracción y el castigo que recibe, se siente estafado y volverá a reincidir.

La seguridad del tráfico es tarea de todos.