Hace muy pocos días, en vísperas del puente del primero de mayo, el director general de Tráfico hizo unas declaraciones en televisión que deberían invitarnos a reflexionar: “casi el cincuenta por ciento de las 110 personas que perdieron la vida en Semana Santa, no llevaban el cinturón de seguridad”.

Aún conociendo el problema, me estremezco al pensar en la trágica constatación del dato y le doy toda la razón a Pere Navarro cuando insiste en la importancia de los cinturones de seguridad.

En la década de los cincuenta, en Estados Unidos, país con una larga tradición automovilística, algunos modelos llevaban cinturones delanteros, de fábrica, pero muchos usuarios los ocultaban por considerarlos un signo de debilidad y un artilugio innecesario y propio de la publicidad.

En España, la existencia y la necesidad de su uso es relativamente reciente. Pero tenemos que confesar que, desde los primeros años ochenta, dudo mucho que exista un solo ciudadano español que no haya oído alguna vez que los cinturones de seguridad reducen al mortalidad del tráfico en casi un cincuenta por ciento.

Cuando comencé mi andadura en Televisión Española, en el programa “Todo es Posible en Domingo”, emitido entonces en blanco y negro, Chicho Ibáñez Serrador, a veces, en broma, me decía: “Paco, que coñazo te pones todos los domingos con los dichosos cinturones”.

Y es que, cada domingo, cuando me despedía recordaba su uso. La obligatoriedad de llevarlo puesto comenzó el mismo día que se emitió el programa por última vez.

Hoy, en el 2006, me pregunto con tristeza: ¿es posible que no acabe de entenderse su importancia? ¿es que tienen que seguir matándose docenas de ciudadanos por despreciar una medida de seguridad tan demostradamente eficaz en ciudad y en carretera?