El gran filósofo francés Jean-Francois Revel, definía con esta frase el drama de los accidentes de tráfico y, efectivamente, las pérdida de 1.300.000 personas en todo el mundo por esa causa bien puede calificarse como un suicidio al cuadrado.

Pero el drama colectivo no termina ahí: la contaminación, el calentamiento y la contaminación progresiva del mundo que habitamos también puede en unos años convertirse en un suicidio planetario.

Hace algunos años, en la primera edición de mi libro «Por Una Conducción Más Segura», en su epílogo, a medida de despedida, y bajo el título POBRE PLANETA, me refería a esta profecía que, para nuestro mal, perece que se está cumpliendo a paso lento, pero inexorable.

POBRE PLANETA

Hemos abusado tanto de este maltrecho planeta, que si no hacemos algo por frenar su deterioro, los hijos de nuestros nietos van a tener que explicarles con vídeos y dibujos a sus hijos, cómo era la Tierra en primavera. Cómo cantaban las aguas en las montañas antes de
precipitarse hacia el mar. Cómo los campos se cubrían de flores y los árboles inclinaban sus ramas cargadas de frutos en el verano, o cómo algunos bosques de Finlandia o la Selva Negra alemana desaparecieron un día envenenados por el monóxido de carbono o destruidos por los incendios.

Esta catástrofe puede llegar si los poderes económicos del mundo si no ponen coto a esta progresiva devastación del medio natural. Y digo económicos, porque estoy absolutamente convencido de que los políticos, han bailado, bailan y seguirán bailando al son que le toquen los económicos, por los siglos de los siglos.

Creo que la vida de los humanos sigue las pautas que, desde algún rascacielos del Wall Street neoyorquino o de la City londinense, son manejadas todos los días por seres sin rostro que animadores de un guiñol gigantesco, deciden la vida y la muerte de los pueblos.

Estamos viendo todos los días cómo naciones que se consideran a sí mismas respetuosas de los derechos humanos y de la paz, por un lado, lanzan a los cuatro vientos su amor a la Humanidad y, por otro, venden armas y drogas causando la destrucción y la muerte a miles de seres.

El petróleo que existe en las reservas de todo el mundo, se ha convertido en un condicionante tan poderoso para las grandes multinacionales que estamos asistiendo al hecho tremendo de que los conflictos bélicos que afectan a los intereses sagrados del oro negro, mueven a naciones a intervenir en guerras relámpago en las que caen fulminados millares de combatientes sin defensa posible. Mientras, otros focos, otros conflictos entre naciones pobres y sin recursos que explotar, son abandonados a su suerte.

También estoy convencido de la existencia de energías alternativas sustitutorias del petróleo, que no ven la luz debido a meros intereses económicos. Resulta inimaginable que la gran industria mundial no se plantee en estos momentos nada que pueda sustituir al petróleo, y no solamente por razón de los carburantes derivados de éste, sino porque el petróleo está tan presente en nuestra vida y en tantos procesos de fabricación, que su desaparición es una pura quimera.

El plástico, sin duda la auténtica plaga del siglo XX, y uno de los derivados más importantes del petróleo, dejará tras de sí un testigo indestructible de nuestro tiempo como no pongamos algún remedio para reciclarlo y reconvertirlo en otros productos de utilidad menos
contaminantes. Entre las máquinas actuales, el automóvil es el más genuino representante de los fabricados en los que interviene el petróleo. Salvo las piezas de acero de la carrocería y los órganos mecánicos de propulsión, el petróleo está presente, en mayor o menor
grado, en casi todos sus componentes incluidos los neumáticos.

Hasta hace muy pocos años, sobre todo en España, un automóvil no se desechaba hasta que literalmente se caía a trozos. Con la masificación del tráfico y el aumento de las ventas en los últimos años, ya empezamos a no saber qué destino dar a tanta chatarra. Esta
inquietud por el futuro y el posible colapso que puede llegar a producir, han movido a las autoridades de todo el mundo a imponer sistemas de reciclaje y optimización de la combustión de los motores que, al menos, reduzcan en parte el riesgo de un estado de contaminación insoportable para los humanos. Este proceso, que en Estados Unidos es mucho más rígido que en Europa, está obligando a los fabricantes de este lado del Atlántico a tomar medidas serias sobre el problema.

Se espera que para el año 2005 el consumo de combustible se haya reducido en un 25 por ciento. También, en la Unión Europea, se estableció que antes del año 2000 todas las piezas de los vehículos indicarían su composición para facilitar su recuperación.

Un dato muy interesante, facilitado por la Volkswagen alemana, establece que la mitad del combustible que consume el conjunto de los vehículos privados tiene lugar en desplazamientos urbanos y la cuarta parte de éstos son para distancias inferiores a unos 2 kilómetros. Si se compartiera el vehículo para trayectos entre 10 y 15 kilómetros diarios, se ahorrarían unos 3.750 kilómetros y 400 litros de combustible al año.

Los excesos de consumo de combustible dependen de muchos factores. La puesta a punto del motor influye de forma determinante. El tratamiento que se da al acelerador con constantes cambios de presión sobre el pedal también aumenta de forma sensible el consumo.

La velocidad es otra causa importante; a partir de 80 kilómetros por hora el consumo varía de forma espectacular. Pasar de 100 km/h a 120, supone incrementarlo en un 35 por ciento. Circular con las ventanillas abiertas, con equipaje en la baca, o con los neumáticos bajos de presión, también son causas que aumentan el consumo.

Para hacernos una idea de la influencia de la combustión en la atmósfera, Volkswagen nos facilita este valioso dato: un coche que consume 13 litros a los 100 kilómetros, emite 313 kg., de CO2 cada 10.000 kilómetros. Si consumiera 8,7 litros, emitiría un 33 por ciento menos.

Ojalá que la gravedad de un oscuro horizonte, que parece amenazar a todos con una atmósfera irrespirable para la vida humana, nos haga reflexionar poniendo en práctica algunas de estas medidas u otras. En cualquier caso, las normas, los consejos, o una declaración de buenas intenciones, no sirven de nada si, nosotros, los principales actores del problema, no hacemos algo de forma individual para evitarlo.