Vuelve la histeria entre mis colegas ingleses. He convivido con muchos de ellos durante los años que tuve la gran suerte de seguir en directo la F1, y sé, por experiencia, que encajan muy mal cualquier cosa que, en su opinión, vaya en contra de la gloria de sus ídolos. En esta ocasión, la sanción- en mi opinión justa- a Hamilton, ha producido una avalancha de críticas: “¿Cómo han podido tres comisarios de la FIA atreverse a sancionar a su niño mimado? ¡Conspiración!

En ocasiones, y muchos de mis compañeros de la prensa española lo habrán escuchado alguna vez, su autosuficiencia ha llegado al extremo de decir que, ellos no tienen necesidad de aprender ningún idioma y tienen que ser los demás los que aprendan inglés.

Pero dejando a un lado tanta estupidez, en un deporte que es la Torre de Babel en cuanto a idiomas, lo que pasó en la chicane de Spa, es punible con el reglamento en la mano y no sirve de nada que, después de adelantar a Raikkonen, se quedase momentáneamente detrás de él como también establece el reglamento.

Hay dos chicanes en la F1 que son famosas por haber provocado muchas maniobras parecidas; la de Spa, y la del final de recta del circuito de Monza. En ambas es frecuente ver llegar a los monoplazas a 300 kilómetros por hora y, obligados, abordarla por fuera cuando de han pasado de frenada.

Pero una cosa es eso, porque si no toman la línea más corta, o se estrellan o se llevan a alguno por delante, y otra, es adelantar deliberadamente por derecho y por narices. Ya sabemos que la línea más corta entre dos puntos es la línea recta. Basados en ese principio, los diseñadores del circuito podrían muy bien haber prescindido de la chicane.

Así que no se mesen los cabellos aquellos que todavía creen, por encima de todo, que “Britania Rules the Waves”, y que, “después de mí, el diluvio”. La historia de la F1 está llena de lances, de descalificaciones, de maniobras discutibles, de sanciones injustas. Qué se lo pregunten a Fernando Alonso el año pasado. Pero el auténtico paradigma de la injusticia, fue la maniobra entre Prost y Senna en Suzuka en 1989 que le costó el título y casi la licencia al piloto brasileño.

En mi opinión- yo estaba allí- en aquella ocasión se perpetró la mayor canallada que yo he conocido en la F1. Y, entonces, no fueron los comisarios sino la decisión de aquel gran cara dura, Jean Marie Balestre, el que decidió de forma salomónica a favor de su compatriota Alain Prost.

Creo que lo demostrado por Hamilton en el circuito de Spa, será siempre considerado una obra maestra de pilotaje, al margen de la maniobra que ha dado motivo a la sanción, pero las normas son las normas y, si no fuese así, la F1 sería una jaula de grillos en la que el grillo más rico sería el más ruido haría.

Paco Costas