Entre las muchas perlas que el Sr. Pere Navarro va desgranando en sus comparecencias públicas, una de ellas llama mucho la atención: “sufrimos accidentes porque la crisis económica altera nuestros comportamientos al volante”.

Al parecer, fue esto o algo parecido lo que dijo, y yo, a continuación, hice a través de mi blog una crítica de lo que, en principio, me pareció un tanto disparatado.

Pero debo confesar que, después de meditarlo un poco más, llegué a la conclusión de que el análisis hecho por el director general de Tráfico no carecía totalmente de fundamento, ya que, sin crisis o con ella, la mente de los conductores está en todo momento sujeta a situaciones anímicas que influyen de forma muy directa en nuestros comportamientos al volante de un automóvil; y de entre todas estas causas, los problemas económicos pueden llegar a tener un gran peso en el ánimo de cualquier persona.

La atención puesta en lo que llevamos en las manos, la tarea de conducir, requiere, ante todo, una gran dosis de concentración, y una prueba de que es en su ausencia cuando somos víctimas de las distracciones, es la elevada cifra de accidentes que se producen por esta causa, la mayoría muy graves.

Llevo más de media vida predicando, al parecer en el desierto, sobre la enorme importancia que tiene conducir con los cinco sentidos en la carretera y siempre, si es posible, con la vista puesta a lo lejos, al punto siguiente por el que vamos a pasar.

En función de la velocidad, la capacidad de nuestra vista nos permite distinguir en milisegundos lo que tenemos en nuestro entorno para, a continuación, como si de un moderno zoom se tratase, enfocar la lejanía.

Para que esto se produzca de forma segura, todo aquello que signifique interrumpir esta capacidad de percepción visual y, por tanto de nuestro cerebro, es una forma de tentar a la suerte: los móviles, los GPS, la manipulación de las diferentes posibilidades que ofrecen los modelos de hoy día, viajan en dirección totalmente opuesta a la seguridad del tráfico.

Pero tan nocivo como lo descrito, es ese estado de ánimo, muchas veces irrefrenable, que proporciona un disgusto familiar, un revés económico, las malas notas de un hijo…. y , sobre todo, la posibilidad, cada día desgraciadamente más cierta, de salir de nuestra casa con el temor de que nuestro empleo corre peligro.

Por esta vez, y sin que sirva de precedente, pido excusas al director general de Tráfico y admito que su aserto sobre la crisis económica, no estaba tan equivocado como yo me precipité en enjuiciar.

Paco Costas