Si atendemos a las declaraciones del director general de Tráfico, uno ya no sabe a que atenerse. Al parecer ha bajado la recaudación, entre otras causas, “porque la mayoría de los conductores usan el cinturón de seguridad y han levantado el pie del acelerador”. Lo que ha dicho el Sr Navarro en el Congreso, casi suena como una lamentación. ¿No era ese el fin deseado?

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Otra de las razones por las que la DGT se verá obligada a “aumentar la recaudación”, son los menores ingresos que percibe por la caída de la venta de automóviles y, consecuentemente, de las tasas por matriculación. También el descenso de aspirantes al permiso de conducción va provocar una merma, por los mismos conceptos.

Parece que la DGT considera la cosa más natural del mundo salir de “su crisis particular”, cargando la mano y provocando en los agentes de la autoridad la necesidad de aumentar la presión sobre los conductores y el número de multas. Menos mal que, el Sr Navarro ha asegurado, que los importes permanecerán estables, como si los actuales, no fuesen ya desproporcionados. ¿Puede imaginarse la DGT a un mileurista en paro que tenga que pagar una multa de 180 € por aparcar en zona de carga y descarga, por poner un ejemplo?

Yo siempre he contemplado la labor de la DGT como la un organismo del Estado, cuya misión principal es la de tutelar, controlar, supervisar, informar, enseñar, vigilar, autorizar y regular la circulación de los diferentes tipos de vehículos, otorgar los permisos para conducirlos y, por supuesto, sancionar a los infractores que contravengan las normas obligatorias establecidas del Código de la Circulación.

En cuanto a los medios económicos necesarios para llevar a cabo sus funciones, lo lógico es que su coste sea asumido de forma total por los presupuestos del Estado como cualquier otra función pública que, a la postre, se sufraga con los impuestos de los ciudadanos.

Lo que nunca pude imaginar, pero la actualidad me dice lo contrario, es que, el soporte económico de un organismo del Estado, dependa, para ser eficaz y justo, de la cuantía de las multas que, previsiblemente, aportarán los infractores a lo largo de un año.

Este planteamiento puede llegar a ser tan kaffkiano, como, si en lugar de celebrar el mejor comportamiento de los conductores, el mensaje fuese que hagamos todo lo contrario como única forma de mantener sin pérdidas la cuenta de resultados de la DGT.

Paco Costas