Uno va con prisas, ve un espacio de aparcamiento marcado en sus limites por líneas azules y, sin pensárselo dos veces, estaciona su coche. A pesar de que tiene prisa, va a la columna que expide los tiques correspondientes. Como calcula que su visita al hospital a donde ha tenido que llevar a urgencias a su hija, paga por un espacio previsible de un par de horas. Pero esta operación, aparentemente tan sencilla, se complica; no tiene el tipo de monedas que exige la máquina y, entonces trata de que algún transeúnte le de cambio. La persona abordada de esa forma, a veces, te mira creyendo que le vas a venderle algo o que intentas asaltarle- la inseguridad de las grandes ciudades españolas ha creado en sus habitantes una psicosis de miedo que ha acabado por hacernos a todos insolidarios-. Al fin consigues las monedas y las introduces en la maquinita, sabiendo que nunca te devolverá el cambio .Apresurado como estás, regresas a tu vehículo rápidamente ante el temor de que el vigilante de turno, que no sabe que has ido a por el tique, te haya colocado ya el “regalito”.

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Cuando regresas del hospital, en la confianza de que has cumplido con la norma, sobre tu parabrisas, sujeto con el limpa, el vigilante te ha dejado un mensaje en forma de sanción por el despreciable importe de 180 euros- casi la mitad del mísero sueldo que le pagan a él al mes- y, el motivo de tamaño atraco es que, sobre tu cabeza figura el cartel de •carga y descarga”, que tu, lógicamente, al ver el espacio vacío no has reparado y que el Ayuntamiento te ha preparado como una trampa en la que sabe que caerás como un conejo en lugar de marcar la plaza con un color distinto o con la advertencia o la señal sobre el mismo espacio avisándote de la prohibición.

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Naturalmente, hay que ser un santo o del partido en el Gobierno para no acordarte de toda la parentela de los munícipes que, desde sus despachos, nos atracan un día tras otro. Pero lo más indignante es que, LA CARGA Y DESCARGA la realizan una mayorías de desaprensivos “currantes”( tu por supuesto todavía no has alcanzado tamaño honor ) que aparcan donde y como les da la gana.

Me siento robado aun a pesar de que, “en teoría” estos vigilantes de pacotilla no tienen oficialmente el derecho a denunciar y que sólo es la policía la que ostenta esa potestad.

En fin: José María el Tempranillo era un santo al lado de esta pandilla de recaudadores. Que lástima, que un sistema de aparcamiento que nació para facilitarnos la movilidad en las grandes ciudades, se haya convertido en una trampa que, además de cara en exceso, está en manos de la arbitrariedad de un grupo de gente, la mayoría de las veces sin preparación alguna. Estamos indefensios y, al final, lo mejor que puede acabar sucediendo es que el sistema te embargue lo que tengas aunque te pongas a gritar en el desierto.

Nos toman por idiotas y, además nos estafan y nos roban.

Paco Costas