En la década de los sesenta, en España. Renault, con una política comercial inteligente, cuando la eclosión de marcas aún no se habían instalado en nuestro país y SEAT, con una prepotencia sin límites, resultado de la cúpula militar que la regentaba, repartía a dedo toda su producción (el 65% de las ventas totales del mercado) con exigencias inimaginables para el cliente de hoy, la marca Francesa, con un total de unas 100.000 unidades anuales vendidas, dejaba crecer y capitalizarse a sus concesionarios con la visión de futuro de una gran empresa.

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La amarga verdad llegó para SEAT cuando, después de múltiplas fracasos, perdió el acuerdo que mantenía con FIAT y, en lugar de potenciar la investigación y la fabricación de modelos propios que nos hubieran permitido crear una marca exclusivamente española, continuó con su política de ordeno y mando y todo lo que fue capaz de “inventar” fueron bodrios como el 133 o el 127 cuatro puertas.

Entretanto, Renault, plenamente asentada ya en España, inicia su andadura como marca generalista, amplia su red de ventas, y desde Francia, comienza una labor de investigación y mejora de sus modelos que, hoy día, en cuanto a seguridad, eficacia y prestaciones, no tiene nada que envidiar a ninguna de las marcas de alta gama como Mercedes, Volvo, BMW o, incluso, el líder en nuestro país, Audi.

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En los últimos años, desde que se exigen las pruebas de seguridad euroNCAP, Renault, que invierte 100 millones de euros anualmente en seguridad, ha logrado la máxima puntuación (cinco estrellas) prácticamente en todos sus modelos y gamas.

Sin embargo, la tendencia del comprador con alta capacidad adquisitiva, muchas veces contempla la posesión de un automóvil como signo externo muy importante en la escala social y prefiere gastar una auténtica fortuna considerando que, los Peugeot, Opel, Citrôen, Renault, Fiat, no son suficiente muestra de estatus como los Mercedes, Audi, Volvo, BMW, etc.

Por cierto, España es el país de Europa, excepto Alemania, en donde proporcionalmente circulan un mayor número de estos modelos de alta gama. En Francia, país infinitamente más rico que el nuestro, se ven muchos menos (muy pocos) vehículos de estas marcas.

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Pero un comprador particular tiene todo el derecho del mundo para gastar y comprar aquello que le plazca, pero que sean nuestros políticos los que, sin casi excepciones, prefieren la ostentación a otras marcas que, no solamente llegan a ser mejores en calidad- precio que las más caras que, ni siquiera se ensamblan o fabrican en España y cuyos beneficios revierten a sus países de origen. Cuando, lo lógico para un político sería favorecer a los fabricantes instalados en España con grandes inversiones y miles de puestos de trabajo.

¿Se imagina alguien al presidente francés o al premier británico apareciendo en televisión a bordo de un vehículo que no ostente la marca de la industria de su país? Lo malo es que algunos caprichos los pagamos todos.

Paco Costas