Hace ya algunos años, Niki Lauda me invitó a volar en su avión desde Ibiza a Dijón donde, al domingo siguiente, se disputaba el GP que ganaría el austriaco.

Cuando íbamos en un taxi del aeródromo al hotel, Lauda hizo un comentario cáustico, como casi todos los que siempre hacía sobre sí mismo o sobre cualquier cosa: “aquí vienes a correr, haces tu trabajo, y a los espectadores parece importarles muy poco la Fórmula 1, Dijon es como si corrieses en medio de la nada”.

Viendo el domingo a los monoplazas evolucionar a más de 300 kilómetros por hora en aquel desierto, otrora senda de camellos, daba la impresión de que la carrera se estaba disputando en la luna y, por si fuera poco, casi no había espectadores o, al menos las cámaras no nos mostraron algún plano que nos hiciese recordar Monza o Mónaco.

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Pero el milagro de este impresionante circuito, justifica aquello que Quevedo inmortalizó de forma magistral: “poderoso caballero es don dinero”.

En la década de los cincuenta visitó España- no recuerdo si era el tío o el padre del actual jeque de aquella pequeña isla del Golfo Pérsico-, y, Américan Express, me encomendó el trabajo de servir de interprete, a él, y a un séquito de una quince personas, Visitamos Madrid, sus alrededores y toda Andalucía. Durante aquellos días me explicaron que Barhein, un lugar del globo del que nunca había oído hablar, estaba en el Golfo Pérsico y que toda la extensión periférica en varias millas de mar, era puro filón del mejor petróleo.

Así se explica como, si aquellos señores dueños de inmensas fortunas deseaban ver in situ un GP de Fórmula 1, todo lo que tenían que hacer era convencer a Ecclestone, gastarse en la construcción lo que fuere necesario y, la temperatura, la arena que barre en ocasiones la pista y la ausencia de popular de espectadores, eran lo de menos.

Convencer a Ecclestone, que fue capaz de organizar un GP en el aparcamiento de un hotel en las Vegas o el las calles de Dallas, sobre todo si se trata de petrodólares, es cuestión de un par de visitas a su oficina de Londres con un cheque en blanco.

La carrera del domingo, por primera vez en mucho tiempo, me impide hacer el menor comentario deportivo, excepto si me pongo a escribir sobre su soberano aburrimiento con algunas pinceladas, la más espectacular la del adelantamiento de Alonso a Barrichello, una de esas maniobras que el aficionado recuerda toda la vida.

Entre la verborrea imparable de los comentaristas, los previos interminables, los ¡gau!, ¡gau!; que si ha consumido la energía del Kers en esta curva y ya no le queda más para la siguiente, que si entra en la décimo sexta vuelta a repostar y no sabe,mos si va a dos o a tres paradas; que su rival más próximo repostará en la vigésima segunda y eso le va a dar un plus que le permitirá ganar la carrera, llegó un momento en el que eché de menos la lluvia, el pace- car y los encontronazos incruentos que propicia la lluvia.

Queridos amigos: esto empieza a no parecerse a una campeonato de Fórmula 1, y, si, además, le añadimos la situación de Alonso luchando con “un camello en el desierto”, Quién se va a levantar de aquí en adelante a las cuatro de la mañana para ver tanto deporte artificial y además sin Alonso.

Paco Costas