No tienen que presentarse a concurso, pasar por difíciles pruebas físicas ni estudiar idiomas; no cotizan a la Seguridad Social;su labor es silenciosa, sin pautas, horarios ni descansos: los radares que cubren la geografía vial de España, se han convertido en los recaudadores más valiosos para la Hacienda Pública.

Los argumentos que mantiene la DGT, afirmando que lo recaudado no es para ellos y que su único interés consiste en salvar vidas aumentando la seguridad vial, no es sostenible y sólo pretende resolver por la vía rápida una pequeña parte del problema

La DGT, que acaba de celebrar su cincuenta aniversario, dispone de la experiencia de muchos profesionales y de los elementos de juicio necesarios para saber que, los caminos que llevan a nuestra seguridad vial futura a ser homologable a los países más avanzados de Europa, no los resuelven medidas de aluvión, cuya improvisación sobre la marcha, justifica en modo alguno su éxito político.

Algunas cosas se han conseguido y, al menos, en apariencia, están dando su fruto. El nombramiento de un fiscal especialmente dedicado a los delitos de tráfico, junto con el endurecimiento de la ley penal sobre esa materia, era algo que estaba necesitando a voces el sistema para aquellos que, una y otra vez, se burlan de las normas, las infringen y producen daño a terceros inocentes.

El otro aspecto positivo de la dirección actual de la DGT, es la insistencia en campañas sobre el uso del cinturón de seguridad y, ante todo, el control cada día mayor de la alcoholemia. Incidir en ambos casos empieza a ser un logro muy importante, sólo falta conseguir que los infractores no circulen con el miedo a ser sancioandos sino que, una educación vial efectiva, nos inculque a todos que las normas hay que respetarlas sin pensar que las respetamos sólo para que no nos sancionen, y eso si que requiere tiempo, inversiones y voluntad política.

En lo que creo que la DGT se equivoca, es en su abusivo poder represivo y recaudatorio justificándolo con la velocidad y con la presencia de radares en lugares(autovías y autopistas) en los que la velocidad representa una mínima parte del número de accidentes contabilizados.

Se puede argüir que, a partir de cierta velocidad el aumento progresivo de de la gravedad de los daños a vehículos y a personas tiene mucho que ver con la velocidad a la que se producen, y eso es cierto. También se puede afirmar que la capacidad de reacción de los conductores disminuye a medida que aumenta la velocidad; también es cierto, pero, en modo alguno, ese riesgo aumenta cuando un conductor, tal como se pretende ahora, rebasa en un kilómetro la velocidad establecida en muchas ocasiones en lugares absurdos que, más parecen trampas que medidas de seguridad.

Si los que han legislado a favor del sistema, supieran algo sobre como funciona un automóvil sabrían que, ni siquiera con un control automático, se puede circular en todo momento dentro de la limitación específica en cada tramo de la vía.

Paco Costas