En todos los años que llevo siguiendo el mundial de la F1, jamás me había entrado sueño durante el desarrollo de un Gran Premio; ayer domingo, no pude evitar dar unas cabezadas mediada la carrera.

¡Qué coñazo, señores! Salvo las escaramuzas protagonizadas por el mismo de siempre en su lucha particular contra Luis Hamilton, cuando ambos estaban a años luz de la cabeza que dominaba el joven fenómeno Sebastián Vetel desde otro planeta, los coches pasaban espaciados por la anchísima pista del legendario Silverstone, y sólo hubiese faltado ver como algún participante se paraba al lado de un comisario para preguntarle si había visto pasar algún monoplaza recientemente.

Si a tanto aburrimiento le añadimos el ambiente que debe respirarse en los boxes, donde la lucha de los equipos grandes por la pasta continúa a muerte, uno comienza a albergar el temor de que lo que debería ser un gran espectáculo, acabe muriendo como resultado de la codicia de un grupo: los de siempre.

Ahora que Adrián Campos y otros equipos pugnan por estar en la liga de los mejores, pueden encontrarse con un ambiente envenenado, si es que se encuentran con algo.

Dicen que para ser un buen gobernante es necesario ser un poco prepotente y un poco chulo y, al parecer, Mosley reúne esas dos virtudes en grado superlativo. ¡Qué diferencia con Ecclestone!: pequeño, tirando a un poco feo y con una inteligencia diez veces superior al tamaño de su cuerpo, ha elevado durante todos estos años a la F1 a unos niveles que, ni los más optimistas, hubieran podido soñar. Me temo que si se va aburrido de tanto mediocre, adios F1.

Cierto es que ha llenado sus propios bolsillos, pero no es menos cierto que ha llenado también los bolsillos de algunos equipos y, sobre todo los de la FIA que representa Max Mosley.

Lo que está sucediendo me recuerda a esa jaurías que, una vez que han hecho sangre, mordida la pieza, cada uno de los perros que la componen tiran de un trozo, todos tratan de quedarse con la mejor tajada, y, al final acaban por no llevarse nada.

Tal como vi el Gran Premio británico, ni los esfuerzos de Lobato, ni los sabios comentarios de ese lujo que es Pedro Martínez de la Rosa, ni la inversión millonaria de la Sexta, van a volver a conseguir que todo un país vuelva a quedarse sin dormir por ver una carrera de automóviles.

RÉQUIEM POR UN BELLO CIRCUITO

En Siverstone, conocí a de la Rosa cuando era un crío; en Silverstone hice cursos hace ya muchos años; En Silverstone di unas vueltas espeluznantes como copiloto DE John Watson; en el el pueblecito de Silverstone visité alguna vez a jóvenes pilotos españoles que soñaban con llegar a la cima sin conseguirlo; en Silverstone tuvo lugar el primer Gran Premio de la F1 en 1950. Cuando ahora se anuncia su exclusión de los Grandes Premios, algo se rompe en el corazón de este viejo aficionado.

Paco Costas