Estoy seguro de que, al igual que yo, la inmensa mayoría de los conductores españoles hemos mostrado nuestro rechazo a la medida que, al parecer, pretende la DGT grabando con un impuesto más la enorme carga que ya soporta el sector del automóvil desde que sale de la cadena de producción de la fábrica.

¿No bastan los impuestos que pagamos en el surtidor al repostar combustible, algo así como el setenta por cien del importe? ¿Tenemos que tragarnos sin rechistar que las petroleras españolas mantengan las constantes subidas hasta bien pasada la fecha de la bajada del crudo en todo el mundo?

Queridos amigos: “son lentejas”, te las tragas, o las dejas.

Pero aquí, una vez más, se plantea el famoso monólogo del príncipe de Dinamarca: “ser, o no ser” y la dura realidad es la que manda.

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España está literalmente en bancarrota. Así nos la han dejado un puñado de políticos incapaces, más preocupados por medrar y algunos enriquecerse, que de administrarnos con sentido común y honradez anteponiendo a sus intereses personales el bien común de los españoles.

Pero ni siquiera la mala gestión del gobierno durante los últimos ocho años, ha logrado frenar lo que en materia de carreteras y mejora de nuestras vías ha logrado que pasemos de las africanas que teníamos hasta hace unos veinte años, gracias mayormente a las ayudas europeas y a que, el progreso de las naciones, no logran detenerlo ni los malos gobernantes.

Las carreteras actuales que tenemos en España, la señalización vertical sobre todo, y en general la calidad de nuestra red viaria, sin llegar a ser la belga o la alemana, por poner algunos ejemplos han mejorado de forma espectacular. A los que llevamos más de cincuenta años conduciendo han logrado hacernos olvidar, los millones de baches, las curvas mal trazadas, los cruces mortales, las obras pésimamente señalizadas o aquellos días de lluvia o niebla que, durante la noche, hacían de la conducción una especie de ruleta rusa.

Las carencias de aquellos años en materia de seguridad vial requerirían de un libro que algún día me propongo escribir para los que ahora se quejan.

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Es casi seguro que, ante la grave situación de fuerza mayor, se detengan las obras de nuevas carreteras y que su reanudación futura no se produzca en algunos años. Pero esto, con ser malo, quizás lo es mucho menos que abandonar la conservación de las que hasta ahora disfrutamos. El mantenimiento de nuestra red viaria ha sido sigue siendo el patito feo del ministerio de Fomento, pero ante le panorama que se nos presenta, ¿qué es mejor, abandonar sus cuidados hasta que se conviertan en lo que fueron durante muchos años, o pagar, aunque nos repatee, el canon que parece que quieran imponernos?. Yo, por lo menos, tengo mis dudas.

Paco Costas