Suben las temperaturas después de una intensa ola de frío. El hielo y la nieve empiezan a convertirse en charcos sobre el pavimento de las carreteras y ,sobre todo en las de montaña, el conductor se encuentra de improviso con una curva donde el agua se ha helado formando una placa de hielo.

Normalmente la sorpresa nos lleva el pie al freno y el patinazo resulta inevitable. Ante esta posible situación, la única cosa que podemos hacer es desconfiar antes de abordar la curva, pasar por ella lo más despacio posible sin acelerar, y mucho menos tocar el freno dejándonos llevar por el pánico.

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En algunas de nuestras autovías desdobladas de trazados antiguos y muchas veces mal construidas y sin drenaje, cuando comienza a derretirse la nieve se forman enormes charcos en la parte interior de las curvas. Desaparecida la nieve, lo normal es que circulemos a la velocidad habitual y de pronto nos encontremos con que las ruedas de un lado se frenan de forma brusca y comienza el fenómeno del aquaplanig.

Si frenamos para reducir la velocidad, las ruedas del lado contrario girando sobre suelo seco disponen de toda la adherencia y el vehículo gira bruscamente de forma asimétrica provocando un violento sobreviraje, es decir, el coche gira más de lo que deseamos y se puede producir un trompo de imprevisibles consecuencias.

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Como siempre que algo nos sorprende, la reacción normal es el pánico. La solución inmediata consiste en sujetar el volante con firmeza, reducir sin dejar de acelerar la velocidad, y no tocar el freno en ningún momento.

Cuando observo a algunos conductores que, por el tedio o el cansancio, van sujetando el volante de forma descuidada o incluso con las yemas de los dedos, siempre pienso qué les pasaría en una situación de emergencia.

¡LAS MANOS SIEMPRE AL VOLANTE!

Paco Costas