La tarea de conducir produce un desgaste larvado que, la mayoría de los conductores, casi nunca tenemos en cuenta.

En un recorrido de varios centenares de kilómetros, el conductor de cualquier automóvil, y muy especialmente de una autocaravana, realiza, sin ser muy consciente de ello, miles de movimientos con la vista, las manos y los pies y, sobre todo, con la mente, en un esfuerzo sostenido de concentración máximos que obliga a un ejercicio psíquico y físico muy considerable.

La solución es bien sencilla: una parada cada dos horas y un breve descanso que nos permita estirar un poco las piernas, son la panacea más segura para mantener la forma durante todo el viaje.

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Otro fenómeno frecuente, del que pocos conductores nos libramos, son las prisas y el aumento de velocidad cuando la parte final del viaje está próxima. Y es precisamente en esa última parte del viaje, cuando nuestro natural cansancio y bajada de reflejos nos pueden abocar a un error y a la eventualidad de un accidente.

SEÑALES QUE NOS UNEN

El mundo del autocavanismo debe ser en todo momento un ejercicio de fraternidad. Una señal con la mano o con las luces, cuando nos cruzamos con otros conductores que comparten nuestra pasión por esta forma de viajar en libertad; la ayuda desinteresada a aquellos que se encuentran en una situación que la requiere, deben ser siempre norma ineludible entre nosotros. Y es, precisamente esa actitud, la que hace de nuestra afición una especie de código entre caballeros.

Esta actitud debe, todavía con mayor rigor, mantenerse de cara a nuestra imagen ante los demás. De nuestro comportamiento al aparcar en un pueblo, en una ciudad, en el campo, o en los espacios compartidos de un camping, depende que nuestra afición, no siempre comprendida, acabe siendo aceptada y respetada por autoridades y particulares siguiendo el ejemplo del resto de Europa.

EN LA PRÓXIMA ENTREGA HABLAREMOS DEL APARCAMIENTO Y DE LAS NORMAS QUE LO ESTABLECEN.

Paco Costas