Cada vez que en España se produce en el gobierno un cambio de signo político, los contribuyentes tenemos que asumir los desajustes y el precio que supone paralizar durante meses el funcionamiento de los poderes públicos.

En muchos casos el relevo está justificado por la mala gestión de los sustituidos y también por que el gobierno entrante quiere posicionar en responsabilidades clave, a personas de su confianza y signo político.

Creo que en muchas de estas responsabilidades el cambio se produce porque en esta España de tirios y troyanos unos no se fían de los otros y se sustituyen para colocar en su lugar a quien sea, con tal de que su color o sus preferencias apunten en la dirección de los ganadores.

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En mi opinión, después, de presenciar los relevos desde su nacimiento en la Dirección General de Tráfico, he visto como, sin mucha justificación ni méritos o conocimientos que lo avalen, se ha nombrado en el encargo a quienes se suponía que podían dar la medida sin ni siquiera tener en cuenta a los propios profesionales de la casa.

Ni Rosa de Lima ni Martin Palacin reunían los conocimientos indispensables para asumir el cargo y, al igual que con Pere Navarro, fueron nombrados por el hecho de pertenecer o comulgar con el color político imperante en el momento.

Pero en el caso de éste último, es la primera vez que, por su gestión, la cifra de víctimas del tráfico ha llegado a niveles europeos e incluso a superar las de países económicamente más avanzados que el nuestro.

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Ya sé, ya sé: los radares, la cuantía de las multas, el cabreo generalizado de los conductores, entre los que me cuento… la más que generosa disposición de medios económicos sin precedentes en la historia de la DGT etc.

Todo eso, desde este modesto blog, se lo he criticado con mucha dureza y en muchas ocasiones a Pere Navarro y a sus métodos. Pero hablando de muertos, de heridos, de parapléjicos irrecuperables y en plena juventud, por uno sólo recuperado, se justifica el dinero, los errores, las medidas, sin duda, muchas veces excesivas y alabadas por unos y criticadas por otros.

El puesto de director general de tráfico no tiene nada que ver con la macroeconomía, la política exterior, las luchas de partido ni los sindicatos, la función del director de Tráfico se limita a establecer las normas vigilar su cumplimiento y sancionar a aquellos que no las cumplen, por tanto, su color político, aunque fuese maoísta, filocomunista o practicante de los preceptos del Corán, su labor al frente de la DGT no puede ser nunca una amenaza para la gestión política del gobierno.

Nunca, como en esta ocasión, un recién nombrado ministro del Interior ha tenido la ocasión de hacer bueno aquello de “gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones”.

Solo espero, que la recién nombrada Directora General sea capaz de, al menos, igualar en eficacia al director saliente y, si puede, en la medida de lo posible erradicar de una vez ese chiringuito que tienen montado unos cuantos listillos con la recuperación de puntos que, por ende, además de costar un buen dinero, no sirve para nada ya que, los “recuperados” casi siempre vuelven a reincidir.

¡Buena suerte, Pere!

Paco Costas