Con frecuencia me preguntan cómo veo la Fórmula 1 actual comparada con
la que yo viví en directo hasta el año 1994, y aunque soy consciente
de los viejos siempre pensamos que cualquier tiempo pasado fue mejor,
creo que tengo razón cuando afirmo que la Fórmula 1 de hoy ha perdido
un componente que, desde que existe el mundo, aunque perverso, ha
sido, en los deportes de riesgo su mayor atractivo, la proximidad de
la muerte y los peligros a los que se exponen los que lo practican.

¿Eran a caso más crueles los romanos que acudían al circo a ver
despedazarse a los hombres y a las fieras mientras ingerían las
viandas, bebían y comían , qué el público de los combates de boxeo,
cuando jalean y piden a uno de los contendientes que siga golpeando
hasta ver caer sin sentido, y a veces muerto, a su rival?

Se me dirá con razón que aquellos romanos eran paganos, bárbaros sin
cultura- esto último no es cierto, en Occidente sigue estando vigente
y se estudia una buena parte del Derecho Romano- . ¿Pero como se
explica entonces que en pueblos cultos y cristianos, espectáculos como
el boxeo, las peleas de gallos y de perros, y las corridas de toros,
donde, por cierto, también muchos espectadores se llevan el vino y
bocadillo mientras un animal, con un sistema nervioso igual al
nuestro, es torturado hasta la muerte y un hombre se juega la vida en
cada lance? ¿Qué emoción deportiva tiene alancear a un toro hasta la
matarlo, sólo por el morboso placer de verle sufrir, o prenderle fuego
en la testuz hasta dejarle ciego o volverle loco?

¿Qué sería de las corridas de toros si no estuviese presente en todo
momento ese componente de riesgo de muerte, desde que el toro salta a
la arena?

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Sólo he visto en televisión, a ráfagas, algunas de las famosas faenas
del torero de Galapagar, José Tomás, y creo que, además de su
habilidad, porque no puedo llamar arte a la mal llamada fiesta
nacional, es su propia figura, su estoicismo ante la fiera, y cierto
halo de tragedia que envuelve toda su persona, lo que le hace parecer
distinto a los demás. Aunque quienes le siguen, sin que lo admitan,
en su fuero interno no deseen su muerte, lo que admiran en él, es como
se expone a que ésta le pase muy cerca, sabiendo además que puede
producirse en cualquier momento debido a lo mucho que arriesga en cada
una de sus faenas.

En la Fórmua 1, los únicos accidentes mortales ocurridos desde 1994,
con la muerte de Ayrton Senna y del piloto alemán Roland Ratzemberger
con 24 horas de diferencia, demuestran los altos niveles de seguridad
que durante los últimos 18 años protegen al público y a los
participantes en las carreras de la Fórmula 1.

Puede afirmarse, que en el mundial de Rallyes, en las carreras
americanas, en las 24 Horas de L`Mans, en los raids como el Dakar, y
en las carreras de motos de Gran Premio, todavía son frecuentes los
accidentes graves y en algunos casos, la muerte de los pilotos.

¿Quiere decir eso que los aficionados, o yo mismo, deseemos en algún
momento la muerte de ningún deportista del motor? No, rotundamente,
no.

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Pero no queda más remedio que admitir, que la seguridad y la técnica,
llevada al nivel de programas espaciales, deja hoy día muy poco margen
para que el espectador de la Fórmula 1 sienta ese miedo ajeno que, más
allá de la pericia del piloto, hace que le vea como a una especie de
héroe al que admira, sobre todo, por su valor.

Estoy completamente seguro de que, si en España no tuviésemos un
piloto con el talento y el palmarés ya conseguido por el asturiano
Fernando Alonso, este deporte seguiría pasando inadvertido y sólo
sería seguido por un reducido grupo de aficionados, como lo estuvo
desde que comenzó a practicarse a principio del siglo XX.

El espectáculo y los resultados han llegado a ser tan previsibles, que
el aficionado sabe de antemano quienes se alzarán con los triunfos y
los títulos, ya que no pasan de tres o cuatro los pilotos capaces de
lograrlo, y como mucho, tres los equipos capaces de construir un coche
ganador a base de invertir auténticas fortunas en su construcción.

Todo el interés ha quedado reducido a las estrategias, a la capacidad
de resistencia de los diferentes compuestos de los neumáticos y a la
rapidez con la que el director del equipo ordena su cambio en el
momento oportuno.

Los pilotos actuales se han convertido en auténticos atletas,
trilingues si es posible, y con tal capacidad y rapidez para manejar
los diferentes dispositivos de abordo, que bien podría decirse que la
conducción de un monoplaza de la Fórmula 1, tiene mucho de un juego
con una Play Station.

He visto disputarse la llegada a la meta a cinco pilotos separados
entre sí por menos de cien metros. Ese espectáculo jamás podrá darse
en la Fórma1 actual. Es posible que nunca más volvamos a ver a un
piloto haciendo esfuerzos sobrehumanos, empujando su coche
literalmente destrozado, intentando llegar a la meta hasta perder el
conocimiento.

La rivalidades entre pilotos, arriesgando la vida en cada curva por
adelantar a su rival, en ocasiones provocaban al paroxismo entre un
público enloquecido.

Este es uno de los muchos relatos de uno de esos duelos en los que, el
valor y la determinación entre dos contendientes, dejaron su impronta
en los anales de este deporte.

“Sería imposible contar las veces que los dos coches chocaron entre sí
en los últimos compases de la carrera y cuantas veces, con las ruedas
bloqueadas por los frenazos patinaron, se fueron por la hierba y
volvieron milagrosamente a la pista. Ponía los pelos de punta ver el
Ferrari de Villeneuve y el Renault de Arnoux, pasar juntos por las
“eses” de “Sabliers” sin espacio material entre los dos coches. En una
de aquellas maniobras suicidas, Villeneuve se abrió un poco y Arnoux
le echó fuera de la pista de un topetazo. Pero el canadiense no se
amilanó y cuando volvió a pisar el asfalto envuelto en una nube de
polvo, le devolvió el golpe. El duelo terminó cuando en el viraje de
la “Combe”, Villeneuve apuró la frenada hasta el límite y Arnoux, que
no se daba por vencido, intentó un interior de locos en la última
curva sin conseguirlo. Al final, el público, puesto en pie, presenció
sobrecogido como los dos bravos pilotos cruzaron la meta con
Villeneuve separadote su rival por 24 centésimas de segundo. Lo
realmente emocionante, cuando se pudo respirar después de aquella
lucha épica, fue ver a los dos pilotos saludándose puño en alto
mientras daban la vuelta de enfriamiento entre el delirio de millares
de franceses que abarrotaban el circuito. En opinión de muchos de los
que presenciaron aquel duelo excepciona, ha sido siempre considerado
uno de los espectáculos más vibrantes que se han dado en los más de
cincuenta años de existencia del mundial.

Las declaraciones de Arnoux al final de la carrera, no pudieron ser
más expresivas: “Estoy triste por no haber ganado. Si uno de nosotros
hubiese perdido los nervios o sentido pánico, habríamos tenido un
grave accidente. Gilles ha hecho una gran carrera y yo he disfrutado
mucho”

Paco Costas