Un año más, coincidiendo con el aniversario de la trágica muerte del piloto brasileño Ayrton Senna, se emite por algún medio la película documental de la vida del gran piloto de fórmula 1 tres veces campeón del mundo, y a pesar de los años transcurridos, cuando la veo, la emoción y el recuerdo me atenazan la garganta, y casi al borde de las lágrimas, vuelvo a ver muchas de las escenas en las que casi siempre estuve cerca o muy próximo.

Después de su muerte, la fórmula 1 ha visto coronar a Damon Hill, Villeneuve junior, Hakkinen, Schumacher, Hamilton, Button, Raikonnen Vetel y al español Fernando Alonso.

De todos ellos, grandes campeones, sin duda, personalmente el que más me hace recordar a Senna es el español, aunque soy consciente de que establecer comparaciones entre pilotos es tarea imposible. Las diferentes épocas, la evolución de la técnica, los reglamentos, los circuitos, el número de Grandes Premios disputados cada temporada, tienen una gran importancia a la hora de establecer diferencias.

Pero hay algo en Fernando Alonso que, al igual que ocurría con Senna, es capaz de sacar partido, en cada circunstancia y cuando lograrlo parece imposible, y así se lo reconocen sus más grandes rivales. El español posee un talento muy especial que, sin rehuir el riesgo cuando es necesario, mantiene la concentración y la regularidad de una forma casi infalible durante toda la carrera.

Creo, y no debo ser el único, que sus dos títulos mundiales podrían ser más, y no por falta de méritos.

Pero yéndome muchos años atrás, desde que pude ver en vivo las carreras hasta el presente, no he conocido a ningún otro piloto con la enorme personalidad de Ayrton Senna.

Nunca vi correr a Jim Clark, pero si a Stewart, Fittipaldi, Gilles Villeneuve, Andretti, James Hunt, Scheckter, Peterson, Jones, Lauda, Mansell, Piquet, Regazzoni, Rosberg, Patrese, Prost…….., cualquiera de ellos, con títulos o sin ellos, marcaron épocas y estilos muy personales y totalmente diferentes entre ellos. Ayrton Senna, en mi opinión, superó a todos en personalidad y en su forma de plantearse las carreras y la forma de perseguir la victoria.

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“Racing is in my blood”. Creo que ninguna otra de las múltiples frases que le hicieron célebre le define mejor. Su actitud, rayana en la paranoia, le llevó muchas veces a realizar actos heroicos, poles, y carreras increíbles y, en ocasiones, maniobras discutibles y pleitos con la autoridad deportiva que a punto estuvieron de costarle la licencia.

A veces, se sintió tratado “como un criminal” según sus propias palabras. Mantuvo con Prost una rivalidad que a punto estuvo de costarle la vida a ambos en Japón cuando, de forma deliberada, según confesó un año más tarde, embistió al Ferrari del francés cerrándole a 240 kilómetros por hora. Tampoco fue demasiado amable con Nigel Mansell al que logró acomplejar. Para Senna, todo lo que representara un rival a la victoria que, en todo momento creía merecer, tenía que desaparecer de su vista, se convertía en un enemigo al que poco más o menos “había que destruir” en palabras de Alain Prost.

Era tanto lo que todos esperábamos de él durante sus luchas por lograr la pole, que, en una ocasión que Prost había logrado un registro que parecía insuperable, después de ver el conseguido por el brasileño, presencié como hacía un gesto de incredulidad.

Durante los últimos minutos de la sesión, cuando todo parecía consumado, algunos periodistas nos trasladábamos a alguna de las curvas del circuito para verle pasar con aquel estilo tan peculiar que tenía de abordar la curva con rápidos toques de acelerador que a otros, no recuerdo haber visto hacer igual.

De repente, se hacía un silencio en todo el circuito, y ya sabíamos que Senna acababa de iniciar vuelta para superar lo que parecía insuperable incluso cuando ya tenía el mejor tiempo.

Ayrton Senna poseía una especie de halo, su presencia en el paddock era siempre un acontecimiento y se organizaba un tumulto de periodistas micrófono en mano y fotógrafos siguiéndole donde quiera que fuese.

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Tuve la ocasión de entrevistarle y coincidir con él en muchas ocasiones y sus creencias religiosas, que le valieron muchas veces la mofa de sus rivales- Prost decía que, “como eran dos, Dios y el piloto, los que conducían, por eso ganaba”- pero burlas aparte, todos los integrantes de los equipos, desde los pilotos hasta el último aprendiz de mecánico y la prensa sentíamos una gran admiración por él.

En las entrevistas, cuando estaba con alguien con quien se consideraba cómodo, hablaba de la Biblia, de Dios, de su fe,y uno se daba cuenta de que él creía cierta predestinación en todos sus actos.

Enumerar en este artículo sus conceptos acerca de la vida y del mundo, es imposible. Algo de magia había en su fuerte personalidad que le hicieron totalmente diferente.

Por eso, sin demérito para ningún otro piloto, Ayrton Senna será siempre recordado no importan los años que pasen.

Pensando en él cada año, en el aniversario de su muerte, me viene a la mente el epitafio que figura en la catedral de Verona en la tumba de Nuvolari: “Ancora correrai piu veloce per le vie del cielo”

Paco Costas