Después de ocho años, los que han pasado desde que descubrí el placer de viajar en una autocaravana, he aprendido muchas cosas que ignoraba sobre mí mismo.

La primera a ser humilde y someterme a prácticas que, en éste país de hombres, se han considerado siempre quehaceres reservados a las mujeres.

La segunda, a dominar mis impaciencias y a hacerle frente a las muchas obligaciones cotidianas a las que obliga el buen uso de una autocaravana.

La tercera; no menos importante, a conducir muy despacio en aparcamientos y zonas urbanas por mucha que sea la prisa que tenga (este aspecto de mi aprendizaje, en mi caso, quizás puede ser más relevante después de los muchos años probando, compitiendo, y conduciendo toda clase de vehículos con prácticas fuera de lo común en mis actividades como docente.

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La cuarta, a ser solidario y respetuoso con los que, como yo, tienen la misma afición cuando, por alguna causa se ven envueltos en alguna situación de emergencia (algo que, en una autocaravana, sucede casi siempre y en el lugar más complicado).

Viajo con mucha frecuencia solo, por causa de las obligaciones de mi mujer y, en ocasiones, la soledad se apodera de mi ánimo –algo que supongo también le ocurre a otros-. Para esos casos, a lo largo de toda mi vida llena de vaivenes no siempre gratos, siempre he accionado una especie de conmutador que debo tener en alguna parte de mi cerebro, y me digo: Paco, adelante, observa la belleza que te rodea y goza del placer de viajar en libertad, y disfruta de la intimidad que te proporcionan los 10 metros cuadrados de tu pequeño hogar sobre ruedas.

La anterior reflexión tendría que haber sido la quinta, por tanto, ésta sería la sexta.

Nunca permito que la arbitrariedad de un agente de la autoridad me amargue el viaje; respondo con educación, procuro obtener las pruebas posibles a mi alcance, y si no consigues hacerle comprender el derecho que me ampara, desisto, continúo mi camino; ya tendré tiempo para reclamar con argumentos en la mano. Nunca olvido sacar fotos de la posición que ocupa mi vehículo con respecto a otros aparcados cerca del mío.

Séptima reflexión. Los seres vivos que habitamos la Tierra, somos tres: las plantas, los animales, y el Hombre, ese depredador incansable. De los tres, el último, a medida que me voy haciendo viejo, me fío mucho menos que de los otros. Si algo tiene la práctica del autocaravanismo es la oportunidad de disponer de tiempo y movilidad a la carta para contemplar los más variados y bellos paisajes que la Naturaleza ha creado para disfrute de los humanos y España, sobretodo, los ofrece con la variedad de un pequeño continente.

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En cuanto a los animales: si nuestro perro en el hogar se manifiesta como una insuperable compañía llena de nobleza, a bordo, se convierte en entrañable compañía.

Por último; son tantas las sensaciones y los momentos de felicidad que me proporciona mi autocaravana y aunque mi vida como periodista ha sido un continuo viajar por el mundo, ahora, entre viajes, cuando por las mañanas la veo desde mi ventana aparcada bajo su cobertizo, parece estar esperando para que le arranque el motor camino otra vez de alguna nueva experiencia.

Paco Costas

Aparcamiento de Sierra Nevada. Febrero 2013