Admirado Pontífice:

A pesar de mi poca fe y mi descreimiento, su actitud ante los retos que le plantea la curia romana y el futuro de la Iglesia Católica, su talante innovador y humano, trae a los millones de creyentes de todo el mundo una nueva corriente de aire fresco y de esperanza.

La imagen que de su Santidad vemos a diario a través de los medios, su ternura con los discapacitados, la sencillez en el atuendo, que, para mí, seguramente preferiría sustituir por un traje sencillo y un alzacuellos, si con ello no rompiese con la tradición de siglos, demuestran que algo está pasando en el seno de la Iglesia.

Parece que ha llegado la hora en la que, los pomposos jerarcas de la Iglesia, tendrán que renunciar al lujo y a las prebendas, mientras que millones de seres viven de forma miserable en los pueblos más humildes de la Tierra.

Gracias al ejemplo que nos dan millares de religiosos, como el padre Ángel, verdaderos practicantes de la palabra de Cristo, la fe ha prevalecido a pesar de los intereses, las intrigas, los turbios negocios, y los execrables vicios que, centenares de frustrados célibes, ha practicado a través de los tiempos amparados por la inmunidad de su ministerio.

Pero, querido Papa Francisco, tocayo (y lo digo con el mayor respeto): me da miedo recordar el trágico final de Jesús de Galilea, que se atrevió a arrojar a los mercaderes del templo por ladrones y corruptos, criticó con dureza a los fariseos y mantuvo sus creencias y su fe ante Pilatos, a sabiendas de que podía ser crucificado.

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He escuchado a un periodista, en una de esas tertulias en las que los contertulios saben de todo y se quitan la palabra para que no entendamos nada, que, a lo mejor, el Papa Francisco va tener que vestir siempre con un chaleco antibalas.

Con su modo de hacer, y ante lo que se nos anuncia, este Papa está poniendo el dedo en la llaga y removiendo los cimientos de un entramado de siglos, en el que, bajo lo exagerado de la liturgia vaticanista, el esoterismo, los misterios en los que ya casi nadie cree, y la contumacia de sus trasnochadas políticas conservadoras, un grupo numeroso de privilegiados viven como auténticos príncipes rodeados de los mayores lujos.

Querido y admirado Papa Francisco, tocayo (con el mayor respeto): ¡Guárdate!, y que ese Dios en el que crees, te conceda larga vida, pero la Historia del papado está llena de misterios, de ambiciones personales, de enfermedades súbitas y de asesinatos, cuyas causas nunca se han podido conocer.

Con admiración y respeto

Francisco Costas