No existen excusas, no hay sanciones y castigos desproporcionados para aquellos que, conscientes del peligro que representan, ponen un vehículo en marcha sabiendo que han bebido más de lo prudente. Cualquier persona adulta, autorizada para conducir, sabe perfectamente las consecuencias que su imprudencia comporta si provocan un accidente.

No existen coartadas, no hay excusas, y mucho menos, el “si no me cogen” con el que el potencial homicida pretende esconder, a sabiendas, el daño que ha podido causar.

Tampoco sirve el “yo aguanto mucho”, o el más estúpido aserto, “yo conduzco mejor con una copas”.

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Estos días la cuantía de las sanciones económicas está en boca de asociaciones relacionadas con el automóvil y la seguridad vial que, considerando una obligación la defensa del conductor, han puesto el grito en el cielo.

No entro en si es mucho o es poco lo que el infractor debe pagar, dependiendo de la gravedad de la sanción y en función de la cantidad de alcohol en sangre con la que es sancionado, pero lo que sí quiero dejar reflejado en este artículo, es una experiencia que me ha contado hace poco un trabajador amigo.

Celebraba su empresa una comida que reunía a todos sus trabajadores, y como ocurre en muchas de estas celebraciones, la persona que me lo contó, me confesó haber bebido en exceso y, que, los agentes de Trafico, le detuvieron. Ha tenido que pagar 1500 euros de multa, le han retirado el carné durante ocho meses y tiene que recuperar la totalidad de los puntos perdidos a través de los cursos establecidos para estos casos.

Sentí verdadera pena al escuchar lo sucedido; le conozco personalmente; es un hombre de mediana edad, casado y con una pequeña hija, a la que me consta, adora. La sanción económica, el importe del curso, y la prohibición de conducir durante ocho meses, van a alterar considerablemente su presupuesto familiar y, posiblemente, su puesto de trabajo.

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Por supuesto, no le contesté lo que él probablemente hubiese querido oír, por el contrario, le pedí que meditase sobre lo que le hubiese podido suceder, en caso de haber provocado un accidente.

Naturalmente, en mi fuero interno le compadecí pero, al mismo tiempo, me vinieron a la mente casos recientes muy conocidos, en los que, habiendo causado la muerte a un tercero, por conducir con alcohol en sangre muy por encima de lo permitido, una inmerecida popularidad, las influencias mediáticas, y la fortuna personal, han permitido que, hábiles abogados, retorciendo los argumentos inculpatorios, hasta llegar a desmontar las pruebas de la Guardia Civil de Tráfico, van a lograr que el encausado se vaya de rositas.

Ante casos así, las cuantías, y los castigos que la Ley establece, se me antojan una broma ante la gravedad del accidente causado por este bien conocido homicida que, aunque se supone que en ningún momento tuvo intención de causar tanto daño, no supo medir el alcance de su imprudencia, el día que se sentó ante el volante totalmente ebrio, según han demostrado las pruebas.

Paco Costas