Escucho en una entrevista a Arturo Pérez Reverte decir, “que le produce verdadero morbo y curiosidad saber, cómo sería la respuesta que el gobierno catalán va a someter a los catalanes, sobre si quieren que Cataluña sea un Estado”.

Y yo, como español, que también estoy hasta las narices de este juego de la gallina ciega, añadiría que la pregunta fuese menos ambigua.

“¿Quieren los catalanes que Cataluña sea una nación independiente separada del resto de España?”

Quiero pensar que una mayoría de los más de seis millones de catalanes, dirían que NO.

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Cataluña es una región de España que, a través de toda su Historia, ha demostrado ser un pueblo industrioso, culto, trabajador y lleno de sentido común.

Creo que al Gobierno de España le ha llegado, aunque un poco tarde, el momento de hacer pedagogía en Cataluña y explicarle a todos los catalanes:

Que no les robamos.

Que la mayoría de los españoles amamos a Cataluña.

Que Cataluña fue, según algunos historiadores, reino, y según otros, no.

Que en un principio fue condado y cuando tuvo lugar la toma de Barcelona, en 1714, era principado.

Que nunca fue nación.

Que, en cualquier caso, condado, reino, principado, o “nación”-admitida por Rodríguez Zapatero en un gesto de lucidez imperecedero-, qué más da, Cataluña ha sido siempre una parte importante de España y España una nación desde hace más de quinientos años.

Lo triste es que en aquella maldita guerra sucesoria, los españoles se mataron entre sí por defender las ambiciones espurias de dos príncipes extranjeros y del rey francés Luis XIV, cuyo único propósito era convertir a España en un reino francés y adueñarse de lo poco que nos quedaba después de los nefastos reinados de la casa de Austria.

LA HERENCIA DE UN REY ESTÚPIDO

Fue, efecto, el rey Borbón Felipe V, el que privó al reino de Aragón, Valencia y Cataluña, de los privilegios y de las instituciones por las que entonces se regía, destruyendo sus ciudades y pasando a cuchillo a sus habitantes.

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Lo que sucedió, no admite excusas, no importa quiénes lo cuenten. Por aquel tiempo, aquellos eran los métodos que todos empleaban en las guerras, y aquélla, entre los partidarios de Carlos de Habsburgo y los del rey francés, fue especialmente cruenta.

El factor desencadenante tuvo su origen en la falta de descendencia del último rey de la casa de Austria, Carlos II, un rey estúpido, inútil, paranoico, mentalmente deficiente desde la cuna, impotente e indeciso.

La amenaza de la alianza entre Inglaterra, Holanda, Austria, y Portugal, por apoderarse de lo que quedaba de aquella España arruinada, le decidieron en el último momento por el pretendiente francés, Duque de Anjou y nieto de Luis XIV.

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Traer ahora a colación y revindicar lo que sucedió hace poco más de tres siglos, más parece una excusa que una reivindicación seria.

Pero aquel triste episodio no justifica en ningún momento ese afán de un grupo de políticos ambiciosos y mediocres por separarnos de esa hermosa Cataluña, uno de los rincones más bellos que integran el territorio español.

¡Deje el Gobierno que hagan la pregunta! pero que la hagan clara, sin ambages ni galimatías. Estoy completamente seguro que, después de hacerla, Cataluña seguiría siendo España, para bien de los catalanes, y para el resto de los españoles.

Paco Costas