Atrás quedó la imagen siniestra del guardia civil a caballo, la capa extendida sobre la grupa, y el tricornio calado hasta las cejas, tutelando los caminos de España con mirada inquisitiva y el mosquetón enfundado en el arzón, que infundía temor más que respeto en las pequeñas ciudades y pueblos de España.

Del eterno pleito entre gitanos y la Guardia Civil, que Lorca inmortalizó en su Romancero Gitano: “Sobre las capas relucen manchas de tinta y de cera, sólo quedan sus versos inmortales y la ignominia de su vil asesinato”al “¡se sienten, coño!” de hace más de treinta años, hay, sin duda, un antes y un después en la Guardia Civil y en España.

Actualmente, de las academias de la Guardia Civil salen promociones de jóvenes formados y capaces de realizar múltiples funciones: informática, técnicas de salvamento, conducción, tráfico, vigilancia en puertos y aeropuertos, aprehensión de drogas, entrenamiento de animales, seguimiento de delitos de toda índole e informaciones, que facilitan a los jueces y fiscales la instrucción y proceso de miles de casos delictivos.

Con frecuencia aparecen en televisión, impecablemente uniformados, hombres y mujeres delante de ordenadores y toda clase de sofisticados elementos de investigación; laboratorios, sistemas de comunicación y cooperación internacional con los que, más tarde o más temprano, acaban apresando a bandas de ladrones, falsificadores, mafias y terroristas.

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Fuera de estas actividades de despacho, vigilan ríos y montes y ejercen también el control de armas y caza en modestas oficinas anexas a los edificios vivienda, en los que comparten su vida familiar en difícil convivencia. Hasta no hace mucho, he conocido algunas de estas llamadas casas-cuartel, en las que ni siquiera tenían calefacción, en pleno corazón de Castilla

Por si fuese poco, no hay ocasión en la que algún imprudente se pierde en la montaña o cae bajo un alud de nieve, o el cuerpo de un ahogado les obliga a jugarse la vida en su rescate.

Sumergirse en la ciénaga o bajar a un pozo para recuperar el cadáver de un ahogado (cuántas veces, la de un animal), apagar fuegos, asistir a la parte más luctuosa de los accidentes de tráfico; llevar sobre sus hombros a algún desgraciado africano, que llega a nuestras costas entre la vida y la muerte, la Guardia Civil del Mar tiene también que hacer frente a conflictos jurisdiccionales con nuestros “amigos” del Peñón: reprimir los violentos asaltos en Ceuta y Melilla, es también una de sus tareas.

En no pocas ocasiones han pagado con su vida, cobardemente asesinados por la espalda, o han visto volar sus hogares y morir a sus esposas e hijos.

Estas y otras muchas impagables tareas, las llevan a cabo, mal retribuidos, en silencio, con disciplina y gran sentido del deber.

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A veces he tratado de recabar de ellos alguna opinión política, y confieso que, desde el más alto oficial hasta el más modesto guardia sin graduación, sólo he obtenido discreción y silencio.

Sí, esta es la Guardia Civil que tenemos y, si en alguna ocasión, por la causa que fuere, hubiese que cambiar su estructura, si no se dejan bien claros obligaciones y derechos, la anarquía podría convertir a nuestros pueblos y pequeñas ciudades en una jaula de grillos.

Paco Costas