Si no fuese patético, sería para echarse a reír a carcajadas: los dos políticos que cuentan con los votos -la casi totalidad de la España democrática-, se ponen en ridículo “desnudándose” en público para demostrarnos cual de los dos gana menos al año.

-Yo, 70.000 ¿y, tú? Y el otro le contesta: – cuando era oposición, 150,000, ¡para que te chinches!.

Ninguno de los dos se ha bajado del coche oficial desde hace treinta años. ¡Pobrecitos! ¡Dan lástima!. ¡Sólo ganan esas ridículas cantidades! Para demostrar su escasez de recursos y cómo sus correspondientes esposas tiene problemas para alimentar el puchero los últimos días de mes, yo les aconsejo que, cualquiera de estas gélidas mañanas, se presenten con una pancarta sobre el pecho en la que figuren sus sueldos, dietas y demás gabelas, en cualquiera de las filas del paro.

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Ya, ya lo sabemos, seguramente ganarían mucho más ejerciendo, el uno, como químico, algo que, sepamos, nunca ha ejercido; y el otro, como registrador de la propiedad que, dicho de paso, no parece muy rentable, teniendo en cuenta que las propiedades que registrar sean muchas en estos momentos, en Guadalajara, de donde parece que es titular.

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Pero dejando al margen los detalles y admitiendo que la tarea de gobernar exige “sacrificios impagables&#8221, ¿a qué viene ese ridículo espectáculo mostrando lo que para la mayoría de los españoles es un cruel agravio comparativo? ¿Es que los problemas que está afrontando España en estos momentos no exigen otra forma de gobernar?

El uno, desdibujado remedo del sanguinario Fouché, sigue siendo el mayor intrigante-caradura del reino; y el otro, la más perfecta versión del gallego cauto que, con un poderoso martillo en la mano, no acaba de poner sus “atributos legales” sobre la mesa, para dar un fuerte puñetazo.

Paco Costas