Nunca lo he olvidado. En el verano de 1959, se rodaba en el valle de Valdespartera, en las proximidades de Zaragoza, la superproducción norteamericana Salomón y la Reina de Saba.

Por aquellos días yo acompañaba como intérprete a algunos de los norteamericanos que tenían diversos cometidos en el rodaje, y en aquella ocasión, me encontraba junto al encargado de los caballos, un auténtico cawboy.

En Valdespartera, si el clima no ha cambiado desde entonces, en el invierno sopla el Moncayo y allí no hay quien pare y, en el verano, el calor es africano.

Aquel día recuerdo que el sol caía a plomo sobre el valle, cuando, a lo lejos, desde la altura en la que me encontraba junto al especialista americano, vimos cómo, sin justificación alguna y sólo por exhibirse, el contratista español de los caballos, atravesaba el valle al galope tendido espoleando a su caballo con fuerza.

image

Cuando ya estuvo cerca, vimos que el pobre animal jadeaba sudoroso y espumeante y mi amigo americano, sin ni siquiera mirarme, como si pensara en voz alta dijo- traduzco del inglés-:

“¡Ese hijo de puta!, no sabe que el caballo tiene el mismo sistema nervioso que nosotros, y que sufre igual nosotros”.

Cuando ahora, a través de los medios o porque alguien me lo cuenta, sé de alguien que maltrata a un animal de compañía, lo mata por deshacerse de él, o lo abandona expuesto al sufrimiento o a morir aplastado, me acuerdo del americano y, al igual que él, pienso:

¡Hay que ser hijo de puta! para cometer una acción semejante.

Paco costas