Fue un jueves de marzo de 1977, víspera del Gran premio de Suráfrica de F1 de 1977, en el circuito de Kyalami, en la pequeña ciudad de Gauten, a pocos kilómetros de Johannesburgo; yo estaba a la puerta del hotel Kyalami Ranch donde me hospedaba para cubrir el GP para el diario El País. A pocos pasos, vi a grupo de gente de raza negra, una de las mujeres tenía en brazos a un pequeño bebé, me acerqué, lo tome en brazos, y a poco, el portero del hotel, un blanco, se acercó alarmado y me advirtió que aquello estaba mal visto y podía incluso ser peligroso.

Hoy, la muerte de Nelson Mandela me ha vuelto a traer a la memoria lo sucedido aquel día, unas horas antes del trágico accidente del piloto galés Tom Price y de un comisario de la prueba, en la que el vencedor fue Niki Lauda.

Para los que no lo vieron de cerca, el apartheid era una forma cruel que los colonizadores holandeses y los grupos europeos explotadores de las tierras y de las minas de diamantes de aquel país, se inventaron después de la Segunda Guerra Mundial, para despojar a sus habitantes de raza negra confinándolos en ghettos como a animales.

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Puede decirse que después de que portugueses, holandeses, y británicos lucharan entre ellos por arrebatar las tierras y las riquezas de aquel país, sus descendientes, una minoría de blancos, mantuvieron su posición gracias a la represión, las torturas y la cárcel de los más levantiscos.

La liberación de Nelson Mandela, en 1990, debida, sobre todo, a las presiones políticas del resto del mundo, dio por terminado el conflicto y Suráfrica se rige hoy por sus legítimos dueños con una mayoría de más del ochenta por ciento de ciudadanos de raza negra.

Con la muerte de Nelson Mandela se cierra uno de los más truculentos episodios de la Historia moderna, pero, tristemente, la esclavitud, las injusticias, el racismo, y los intereses espurios de grupos de explotadores, siguen existiendo en muchos lugares de la Tierra.

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Han pasado muchos años desde aquel Gran Premio y quizás aquel negrito al que yo me atreví a acariciar, sea hoy, abogado, granjero o ministro; no lo sé, pero me hace ilusión imaginarlo.

Paco Costas