Sí, siempre me consideré su amigo. Adolfo Suárez y su familia han influido de tal manera en mi quehacer profesional y en mis mejores recuerdos, que, con su pérdida, también se va una parte de los mejores años que he conocido, en gran parte, gracias a él.

Intentar poner de relieve su inmensa figura, sería por mi parte un atrevimiento, ya que otros lo están haciendo con mayor autoridad y elementos de juicio, muy superiores a los que yo podría aportar.

Pero de lo que yo conozco, de su relación conmigo, puedo afirmar su honradez, su simpatía y su sencillez, y cuando en estos días leo o escucho las alabanzas de algunos de los que entonces se lanzaron a su cuello de forma cruel, siento repulsa y desprecio ante tanta mezquindad.

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Conozco y he conocido a algunos de los que hoy se esfuerzan en aparecer en los medios para alabar su persona de la forma más hipócrita, y su actitud, inevitablemente, me confirma que vivimos en un país cainita en el que habitan la envidia y la miseria moral, pero cuando la valentía, el amor a su patria, y su hombría de bien le han instalado ya en el lugar que le corresponde en la Historia de España, me pregunto, si en sus conciencias no les escuece ahora haber sido tan injustos con quién supo transformar este país contra todo, jugándose en muchos momentos la vida.

Descansa en paz, querido Adolfo

Paco Costas