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Poco más de un minuto para que Atlético de Madrid viese realizados sus sueños de gloria por primera vez en la Champions, y fue en ese minuto, cuando el esfuerzo y la entrega parecieron desvanecerse con el resto que les quedaba de energía física.

El peaje que pagaron en ese crucial minuto, se transformó para el Real Madrid en el principio de lo que sería la continuación del partido. Pocas veces un gol como el de Sergio Ramos, ha transformado tanto gesto de alegría en tristeza ni tanta cara desencajada en alegría; parecía como si el viento, corriendo desbocado en una dirección, una mano invisible cambiase radicalmente su curso en la dirección opuesta.

El resto, fue relativamente fácil, el hoy décimo vencedor de la Champions se encontró en la prorroga a un equipo en el límite de sus fuerzas y sin ninguna opción para poder oponerse a su rival.

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Al final, la veteranía, el mayor número de jugadores de reconocida clase del equipo blanco, se impusieron cuando todo parecía indicar que se podría haber hecho realidad el sueño del esfuerzo y la voluntad de los más modestos. ¡Fue una lástima!, porque el sueño fue digno de hacerse realidad, hasta que llegó aquel fatídico minuto.

Un madridista

Paco Costas