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Desde que comencé mi vida laboral a los doce años, al día de hoy, han transcurrido setenta, durante los cuales, con mayor o menor intensidad, no he dejado de trabajar. A partir del día de mi jubilación oficial, el Estado me paga una pensión mensual que, deducidos impuestos, se queda en algo más de 1.300 euros, con lo que ni siquiera podría pagarme una residencia de ancianos digna. A pesar de todo, me siento muy afortunado, pensando en esa pobre viuda a la que no llega lo que percibe para sobrevivir en la miseria.

Pero en el día de hoy, cuando descubro en la prensa que un eurodiputado percibe más de 16.000 euros al mes, además de otros complementos, mi conformidad ha saltado por los aires y quiero expresar mi indignación ante tan inaceptable diferencia.

Lo tengo escrito en este mismo blog. Hace aproximadamente un año, un diputado europeo de nacionalidad británica, se subió a la tribuna y, desde allí, en un excelente inglés, hizo toda clase de denuncias para acabar pronosticando el terrible anatema, sin duda de forma exagerada, de que un día, los ciudadanos europeos indignados, asaltarán el parlamento y colgarán a todos los parlamentarios.

Por supuesto, no me pasa por la cabeza, por muchos que sean los agravios, que nadie se dedique a colgar a nadie, pero sí empiezo temer que algún día podría arder la hoguera que ellos mismos están alimentando. La historia de Europa está llena de ejemplos, y no tan lejanos.

Paco Costas