Ni siquiera conozco su nombre. Por la foto que publica la prensa, no parece que tuviese la elegancia de otros de los de su especie, pero la lección de amor y el ejemplo que nos deja este humilde perro, muerto después de permanecer nueve años al pie de la tumba de su dueño, debería hacernos reflexionar.

Según cuenta la información, el pobre animal fue encontrado aullando de dolor, deshidratado y con una grave infección renal que le ha producido la muerte. ¿En qué se diferencia su dolor del nuestro? Su sed, su hambre, los aullidos con los que se queja cuando le maltratamos, ¿son acaso menores a diferentes a los que sentimos los humanos? No, no lo son, porque no pueden defenderse, y quién sabe qué piensan cuando confiados, se acercan a nosotros en busca de una caricia o de un mendrugo de pan y reciben a cambio un palo o una patada.

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Estos días anda por youtube un vídeo en el que se ve la reacción de un perro que recibe a su amo después de seis meses de ausencia. Resulta conmovedor ver como se abalanza sobre él, le abraza como lo haría un ser humano, y le acaricia a lenguetazo limpio mientras llora y ladra de alegría, y todo eso, sólo a cambio de un poco de respeto y de cariño.

Paco Costas