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¡Qué bello espectáculo! Dos equipos españoles, madrileños, y disputando en la capital la final del torneo de futbol más importante de Europa. Y qué beatífico sueño, si no fuese imposible, ver a ambos equipos en la victoria o la derrota, hermanados en el más honorable ejercicio de confraternidad.

Las pasiones que despierta el futbol en cualquier país y los comportamientos de los seguidores de unos colores determinados, han sido motivo de extensos estudios por parte de sociólogos y expertos de todo el mundo, pero las reacciones que provoca en cierto individuos, son a veces inexplicables, y no importa en qué país y en qué nivel social se producen.

Hace unos años coincidí, como compañero de asiento con un notario amigo mío. El partido se celebraba en el Bernabéu, uno de los contendientes era el Real Madrid del que mi amigo era apasionado seguidor. En algún momento del juego, el árbitro señalo un penalti en contra del equipo de sus amores, y mi civilizado amigo, al que tenía por culto y educado, comenzó a proferir insultos de tan calibre, que no me atrevo a reproducir pero que son fácilmente imaginables…, la madre, el padre, toda la parentela, y algún velado deseo de muerte fulminante para el pobre árbitro, salieron de su boca a gritos, mientras se oprimía las mejillas a punto de producirse arañazos.

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En aquella ocasión que, jamás olvidaré, llegué al convencimiento de que lo había producido tan disparatada reacción en él, fue el hecho de “su tribu y los colores de su tribu” estaban sufriendo una grave afrenta imposible de tolerar.

¿Llevamos acaso, en lo más recóndito de nuestro cerebro, el espíritu de aquellos hombres primitivos que fueron el origen de nuestra especie?

Creo que a la delegada del Gobierno, con une buena dosis de sentido común, no le faltan razones para oponerse a lo que puede convertirse en un tumulto incontrolable.

Paco Costas