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La historia se repite: el presidente de la nación más poderosa de la tierra, asesorado por sus consejeros, decide enviar todo su poderío aéreo con el propósito de destruir al fanatismo árabe sin involucrar a fuerzas militares sobre el terreno; pero las presiones del poder militar son cada día más fuertes y mucho me temo que, al final, se impondrán los criterios de los poderosos lobbys de la industria armamentista y del acero norteamericano, y que millares de jóvenes americanos y árabes hallarán su tumba en el suelo de Iraq.

Corea, Vietnam, Granada, Irak -ahora por tercera vez-, muerte, destrucción, y, al final, ridículo. Eso sí, unos pocos ricos, más ricos.

¿Pero eso qué importa? La destrucción y la muerte no cuentan, cuando lo importante es reactivar la producción y la economía; que sus empresas se encarguen de reconstruir lo que destruyeron y que unos cuantos uniformes llenos de medallas logren ascensos y más medallas desde sus despachos de Washington.

Mientras un representante de los Estados unidos negocia una paz imposible entre Palestina e Israel, su gobierno envía armas por importe de millones de dólares al pueblo judío.

Si la industria del acero es un gigante en Norteamérica, el poder judío y su influencia sobre los gobiernos y los medios de comunicación, no lo son menos.

Los países más avanzados de occidente venden y trafican con armas – incluida España-, que llegan a manos de aquellos que, ahora, hipócritamente, quieren eliminar, cuando han sido ellos los que han alimentado a la fiera.

Los ingenuos, los mal informados, aquellos a los que la propaganda hábilmente dirigida nos ha hecho creer en un mundo justo, la masa dócil, vivimos en un limbo del que nunca nos dejarán despertar.

Sólo aquellos que, a la sombra de un sistema perverso se enriquecen, encuentran justa tanta maldad,

Paco Costas