Proclamacion_de_la_II_Republica

Veo con temor como cada día aparecen nuevos salvapatrias. Los héroes legendarios que asaltaban a los ricos para dárselo a los pobres; los Robin Hood de la leyenda que surgían de los bosques de Sherwood, ahora brotan de las universidades y avanzan imparables como la carcoma.

¡Salgamos de Europa y del euro! ¡Dejemos de pagar a nuestros acreedores! ¡Subamos los sueldos y nacionalicemos las industrias y los bancos ¡Controlemos la libertad de prensa! ¡Acabemos con las castas!..

Y lo peor del disparate es que jóvenes, en su inmensa mayoría faltos información e ignorantes de la dolorida historia que este país ha padecido durante siglos, se dejan embaucar con ese entusiasmo y el enardecimiento que producen el comienzo de las guerras y los grandes cambios, hasta que la cruda realidad les despierta del sueño.

Nací en 1931. El mes que nací hacía cuatro meses que se había proclamado la república y la mayoría de los españoles se sintieron aliviados después de siglos en los que España estuvo dominada por la realeza, la aristocracia y el oscurantismo y la ignorancia en que nos tenía sumidos la Iglesia Católica.

Pero todos sabemos lo que ocurrió a continuación. En sólo cinco años aquella libertad recibida con alborozo devino en tragedia y una guerra cruel que duró tres años era seguida por otros cuarenta de dictadura que demostraron que el sueño había sido una quimera y que sólo habían cambiado los nombres y los papeles.

A mí y a mis hermanos nos tocó padecerlos en el bando perdedor y en la más absoluta miseria. Vi como mi madre era encarcelada y más tarde conducida como un rebaño de ovejas en un viejo camión camino del penal de Tarragona.

También vi, y lo recuerdo con toda nitidez, como mi abuela se levantaba al alba pera recoger la carbonilla que arrojaban las máquinas de vapor de los trenes y cuando regresaba contaba horrorizada los cadáveres que cada día aparecían en las tapias del cementerio del Este ajusticiados el día anterior.

Todavía un chiquillo, llevaba mensajes de vecinos próximos a mi familia a los presos políticos que atestaban la cárcel de General Porlier y como muchos iban desapareciendo condenados a muerte.

Ya adulto tuve ocasión de ver con mis propios ojos cómo se construía el Valle de los Caídos con la mano de obra de presos políticos que vivían hacinados y muertos de frío y de hambre, tratados como animales.

Todo eso quedó atrás: mi madre, antes de morir me dijo, “hijo mío, la guerra ha terminado, ahora toca olvidar”

Durante aquellos años, las personas de mi edad – voy a cumplir 83 años- la mayoría ayunos de formación política como era mi caso, aceptamos lo que tocaba y las energías se dedicaron por completo al trabajo para sacar a nuestros hijos de la pobreza.

Y un día, después de la muerte del dictador, supimos que un grupo de buenos españoles, olvidando sus rencillas, habían plasmado sobre el papel una Constitución en que habríamos de caber todos en pacífica convivencia.

Parecía un sueño. Para los exiliados, los perseguidos, para los que habíamos sufrido las más duras privaciones comenzaba una nueva época en la que, por fin y durante más de treinta años, teníamos lo impensable: libertad de asociación, prensa libre, liberación de presos políticos dando cabida a ideas políticas y a partidos hasta entonces considerados monstruos del Averno…

Pero ningún sistema es perfecto y los oligarcas siguen siendo los mismos con nombres distintos; a la Iglesia Católica la han sustituido otros dogmas basados en poder del dinero y éste, gracias a propagandas sutíles, elige los gobiernos y a sus políticos que administran, no siempre como debieran, al resto de la sociedad.

Pero éste es el tiempo de la historia que nos toca vivir y no hay hasta ahora ningún sistema mejor.

Padezco una de esas crueles enfermedades que se conocen como terminales, de la que pienso curarme gracia a una sanidad pública, la mejor con algunos países nórdicos, del mundo. Las medicinas que necesito para mi dolencia me son dadas gratis no importa el precio que tengan; tengo una pensión que, aunque modesta después de setenta años de trabajo, recibo puntualmente cada mes. La libertad de que disfruto como periodista, me permite escribir éste artículo y cualquier otro que me apetezca escribir, pero esta libertad no me impide reclamar que se castigue a los corruptos, que me gobierne una clase política que no esté compuesta por en su mayoría por personas ineptas y elegidas a dedo; que la Justicia sea justa, gratuita y rápida; que se descubra y se envíe a la cárcel a aquellos que, haciendo alarde virtud, han estado esquilmando al país con absoluta iniquidad y engañando a sus gobernados que creían en ellos de buena fe.

El camino parece largo y difícil pero puede conseguirse si permanecemos unidos con firmeza y reclamando lo que nos pertenece, estoy convencido.

Por el contrario, lo que nos está amenazando daría el traste con todo lo logrado, me produce espanto.

Una España que en este “tótun rovolútun” puede caer en manos de salvapatrias; que regiones, las más bellas y prósperas que tenemos, caigan en manos de políticos ambiciosos que sólo buscan el medro y el poder, o , en aquellas que ya parcialmente han caído en manos de personas asociadas, al menos ideológicamente, a una banda de criminales.

¿Es eso lo que queremos? ¿Parecernos al régimen de Castro, el de Corea del Norte o el que está destruyendo uno de los países con mayor riqueza de Latinoamérica? ¿Es eso lo que queremos?

¿Queremos la dictadura del proletariado con un gobierno convertido en una jaula de grillos sin norte ni futuro como el que padeció España durante la República?

No. La mayoría de los españoles queremos seguir viviendo en paz admitiendo y esforzándonos en conseguir mejorar lo ya conseguido. Creo que muchos de esos jóvenes y no tan jóvenes que ahora apuestan por los Robin Hood, deberían leer o preguntar a los mayores para conocer nuestro pasado y valorar el presente. Lo demás son aventuras que de llevarse a la práctica nos volverían a sumir en el caos, y de esas experiencias, los más viejos ya hemos conocido bastantes.

 

Paco Costas