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El automóvil, que tantas cosas buenas ha aportado a la Humanidad desde su aparición a finales del siglo XIX, se ha convertido en una plaga en las grandes urbes y arroja todos los años cifras escalofriantes por causa de los accidentes de tráfico.

El problema de la polución en Madrid no es nada nuevo y muy difícil de solucionar con una simple orden municipal precipitada. Creer que una limitación de velocidad a setenta o a cincuenta kilómetros por hora puede resolver el problema, demuestra el desconocimiento de quienes me recuerdan la historia del niño al que San Agustín encontró en la playa tratando de vaciar el mar echando agua en un agujero que había hecho en la arena.

Un simple atasco en esa arteria demencial que es la M30 madrileña, contamina más que si esos mismos vehículos circulases a noventa kilómetros por hora con fluidez.

Este mal endémico ya ha sido solucionado en otros países de Europa, restringiendo la circulación en el centro de las grandes ciudades, potenciando un buen transporte público, y creando áreas gratuitas de aparcamiento en los accesos de la ciudad.

Paco Costas