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Hace ya unos años, en mi primer viaje a Japón, conocí a un joven abogado español que vivía en Tokio desde hacía algunos años. Fue mi primer y único intérprete y guía en aquel país incompresible para cualquier europeo.

Me llamaron la atención muchas de sus costumbres y sus avances en seguridad vial, tecnología y educación, cuando todavía en la España de 1977 estábamos en mantillas en algunas materias a las que me dedicaba por entonces en mi trabajo. Pero lo que me sorprendió más poderosamente fue el silencio que reinaba en todos los lugares públicos.

Unos años más tarde volví a encontrar a mí amigo en un restaurante madrileño y le pregunté si deseaba volver a Japón, su respuesta no me sorprendió demasiado: “estoy deseando volver, no soporto el ruido, me aturde, donde quiera que vaya”.

Esta mala costumbre española -en algunas regiones de nuestro país y en determinados ambientes además de gritar, se blasfema – llega a ser, por los niveles que alcanza, una amenaza para la salud.

Pero el fenómeno se agrava cuando alguien, en un bar, en la consulta del médico, en la cola y en el propio autobús, pegado a tu oído cuenta sus secretos o sus declaraciones de amor por el móvil sin importarle un pimiento si molesta a quiénes le escuchamos.

Ciertamente: “Spain is different”

Paco Costas