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Todo ocurre un día, el día que, al descubrir tu rostro reflejado en el espejo, aparece una imagen que te cuesta admitir que sea la tuya. SÍ, eres tú, te contesta la imagen, y como si un resorte oculto hasta entonces en tu cerebro actuase sobre tu cuerpo, desde ese día comienzas a tener miedo a caerte, a tropezar, a calcular mal… capacidades que hasta el día anterior fuiste capaz de superar, aunque lo más seguro es que ya llevaban tiempo limitadas sin que tú hubieses notado el cambio. Al mismo tiempo y por primera vez, sin poder evitarlo, acude a tu mente como un oscuro presagio, la idea de la muerte. Ante esa inamovible realidad, recuerdas las veces que te has referido a ella de forma frívola y sin querer asociarla al final de tu vida, porque en tu subconsciente has creído que eran otros los que mueren todos los días. Pero lo cierto es que los plazos se acortan a mayor velocidad de lo que tú desearías. El descubrimiento te produce tristeza sin que puedas hacer nada para evitarlo. Pasado este primer impacto empiezan a aparecer toda una serie de recursos a los que te aferras para que tu existencia no se convierta en algo insoportable.

Si los años te permiten mantener una mente lúcida y activa en el pensamiento y en la acción, aunque tu cuerpo ha cambiado – la máquina, como todo lo humano, ha sufrido un desgaste que sólo se mantiene funcionando gracias a la ciencia y a la medicina- pero tu amor por la vida y por las bellezas que ésta encierra, están ahí, inamovibles, eternas, y debes acudir a ellas con una ilusión renovada: las montañas, los ríos, los desiertos y los millones de seres vivos que los habitan; las grandes obras de escritores, músicos, pintores, poetas, la historia que tanto nos ayuda a comprender el presente…

Gracias a la técnica, acceder a todo ese mundo maravilloso no tiene porqué ser económicamente imposible, además disponemos de un tesoro invalorable, el tiempo, eso que tantas veces hemos malgastado a lo largo de nuestras vidas de forma absurda e irrecuperable.

Y por último, los recuerdos, pero sólo los que te hace feliz recordar, los malos, hay que borrarlos, porque los que han sido atribuibles a tu conducta o a tus errores, ya no tiene rectificación posible.

Querido seguidor de este blog: me hago estas reflexiones que quisiera compartir contigo si ya has alcanzado la vejez; Te lo digo desde mis 83 años y después de superar esa enfermedad que a todos aterroriza cuando nos la diagnostican. Amigo mío ¡no te entregues nunca!, lucha, mantente saludable gracias al ejercicio por mínimas que sean tus capacidades y, sobre todo, cuando amanece un nuevo día, alégrate, aun sabiendo que todo amanecer tiene su ocaso.

Paco Costas