Desde que se fundó la Iglesia, los papas tienen la potestad de beatificar y santificar a aquellos fieles que por sus vidas y sus milagros lo merecen, y los creyentes o no creyentes, tenemos la obligación de respetar sus decisiones.

El Papa Francisco acaba de reconocer los milagros de un sacerdote español que será santificado y figurará para siempre en el santoral.

¿Pero acaso no deberían también figurar en un santoral muy especial  aquellos científicos a los que la Humanidad debe tanto?

El matrimonio Curie, que pagaron con vida el descubrimiento de radiactividad al que tanto deben los enfermos de cáncer: el DR Fleming descubridor de la penicilina, Edgar Janner, descubridor de la vacuna contra la viruela, Santiago Ramón y Cajal descubridor del sistema nervioso central; Louis Braille, inventor del método que lleva su nombre, Jacinto Convit, descubridor de la vacuna contra la lepra, Almoroth Wrigth, vacuna contra el tifus…

¿Acaso no meren santidad, médicos que desde muy temprano, a pie en los quirófanos: extirpan tumores, reponen órganos mutilados, realizan trasplantes; los Médicos sin Fronteras, los estudiosos que descubren a diario fármacos para aliviar enfermedades o curarlas del todo, los voluntarios religiosos o seglares que exponen sus vidas al contagio en los países dejados de la mano de Dios?

Lo dijo Voltaire: “A la religión la ciencia; a la fe, la razón”…y al Papa lo que es del Papa.