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El hombre destruye todo lo que dice amar

Mi fe en el género humano desaparece cada vez que la historia constata como, en las guerras entre miembros de la misma especie, se exterminaron a millones de seres inocentes.

Cuando las múltiples declaraciones de los derechos humanos deberían  habernos servido para evitar tanta locura, las cifras de muertos, heridos y desaparecidos en el mundo por causa de las guerras sumaron millones sólo en el siglo XX.

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La revolución rusa de 1917, la Primera Guerra mundial (1914 – 1918), el genocidio de Armenia (1915-1923); la Segunda Guerra, esta vez planetaria, con el exterminio nazi y soviético y centenares de miles de muertos en los campos de batalla entre 1939 y 1945, Kósovo, Afganistán, Irán-Irak, Irak-Kuwait…

La destrucción de Irak por los Estados Unidos con falsos pretextos y fines espurios: el petróleo, la reconstrucción de lo destruido por empresas del país agresor después de haberse declarado aliados y haberles suministrado armas y millones de dólares (En alguna de estas guerras Europa y Norteamérica vendieron armas a ambos contendientes).

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Cuando ahora, en el siglo XXI, en la Europa civilizada conocemos el éxodo de la nación siria y  cómo la falacia, la  hipocresía, y la falta de solidaridad de gobiernos de países que vivimos en la abundancia se ponen de acuerdo para esconder su mala conciencia comprando el asilo y condenando a todo un pueblo a la desesperación y a la miseria, cuando vemos como otros seres humanos iguales a nosotros se arrastran en el barro o mueren ahogados huyendo del hambre y la destrucción de su país por culpa de un sátrapa que merece mil muertes, uno se pregunta dónde están los derechos humanos.

La imagen ya imperecedera de ese niño arrojado sobre la arena de la playa como un pez envenenado, ni siquiera ha servido para que los que podrían haberlo evitado agachen la cabeza avergonzados.

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Si a esta hecatombe que asola el mundo desde la aparición del primer hombre, le añadimos la  extinción sistemática de especies animales y la destrucción del medio ambiente por intereses puramente económicos, se me hace muy difícil creer en la bondad humana.

Paco Costas