Nací en 1931: conocí la preguerra, la guerra civil y la dictadura en el Madrid de los terribles años cuarenta.

Sentí muy de cerca el estallido de las bombas, pasé hambre, frío y conocí la soledad.

En estos días que se acercan, tengo la inmensa fortuna de no tener que volver a vivir aquellos años y me estremezco al pensar en los millones de seres que están pasando por lo que yo pasé entonces.

Remediar su sufrimiento está en manos de quienes dirigen los destinos del mundo que, sordos y ciegos, no quieren ver ni renunciar a sus privilegios.

Y sin poderlo remediar, me viene también a la memoria el abandono y las torturas a las que son sometidos miles de animales de compañía abandonados en estos días en medio de la nada.

Al menos ese mal si está en nuestra mano evitarlo.