Estos días ha aparecido en las redes una perrita Labrador con la cabeza prácticamente seccionada por una profunda herida en el cuello producida por algún desalmado que intentó ahorcarla.

Este hecho incalificable me lleva una vez más a una reflexión sobre algo que no comprendo.

Me pregunto – un perro jamás me dará su opinión- si se sienten tan felices con un collar en el cuello cuando su amo, de forma involuntaria, le da unos cuantos tirones con la correa.

Entiendo que el perro de un pastor, para protegerle del lobo, le ponga un collar especial, pero no puedo evitarlo: con un collar en el cuello vivían muchos humanos en el tiempo de la esclavitud.

¿No es más lógico sacarle de paseo con un arnés de los muchos que hay en el mercado?

Admito que puedo estar equivocado, pero la idea de que alguien me haga vivir con un collar en el cuello me produce escalofríos.