Estimada ministra:

Soy viejo, así, sin eufemismos, y le escribo esta carta en nombre propio y de los millones de viejos que hemos llegado a la edad de no poder correr el maratón de Nueva York, además de otros muchos placeres de los sentidos que, al menos en mi caso, me duele mucho renunciar.

Pero tener la vista suficiente para poder leer y no ser atropellados, disponer de una buena dentadura sin tener que bebernos los alimentos y seguir viendo la tele sin dejar sordos a nuestro seres queridos,  es un deseo que estoy seguro que usted comprende perfectamente.

El problema de la vista está, gracias a dios, resuelto merced a la eficacia de la Seguridad Social de forma gratuita, pero recuperar la dentadura con modernas prótesis o adquirir un audífono que nos permita oír cuando nos hablan, es todavía un lujo demasiado caro para la mayoría de los jubilados.

Después de una vida de trabajo en la que mi generación  luchó por conseguir lo que las presentes disfrutan en democracia, creo que pedirle al Estado que incluya los problemas que le expongo en la Seguridad Social de forma totalmente gratuita, es de absoluta justicia.

Querida ministra, tiene usted nombre de virgen milagrera, póngase en contacto con ella y pídale que le ayude a resolver nuestros problemas.

Suyo afectísimo,