Empecé a conducirá con carné a los 18 años (1953). Estamos llegando al 2018 y sigo haciéndolo.

En todo ese tiempo he recorrido miles de kilómetros y conducido vehículos automóviles por los cinco continentes.

Este prefacio lo utilizo como aval de que algo debo haber aprendido sobre los automóviles, el tráfico y los accidentes, después de tantos años.

Pero mi intención de hoy se limita a la evolución de este fenómeno social en España desde los años cincuenta.

Para los que no lo han vivido, cuando en países nórdicos llevaban arneses hasta los animales de compañía, mencionarle a un conductor (no había casi conductoras) español el cinturón de seguridad era igual que acusarle de poca hombría. (éste fenómeno también se daba en los Estados Unidos donde los escondían debajo del asiento )

Pero sin entrar en esas sutilezas, es que las carreteras, la señalización y los propios automóviles que quedaron después de la guerra civil, para conducirlos y llegar a cualquier parte había que ser un profesional de la mecánica.

A finales de la década de los sesenta, si contemplamos la evolución de la siniestralidad en España los resultados comparados con otros países eran absolutamente terroríficos.

Desde la llegada de Pere Navarro Olivella en el 2004, la tendencia a la baja fue espectacular y hoy día, a pesar de los ligeros repuntes se mantiene en unos niveles razonables aún que queda mucho por hacer.

Han mejorado, las carreteras, la señalización, la técnica en la construcción de los automóviles los ha hecho tan fiable que casi resulta a veces aburrido conducirlos. ¿Qué falla entonces? Veamos.

Hace unos años para expresar el acto de conducir un automóvil se llamaba “guiar”, es decir, el automóvil tenía que ser guiado por su conductor y cuando digo conductor me refiero a ambos sexos.

El conductor, el que guía, es el que bebe en exceso antes de ponerse al volante; el que en la barra del bar apuesta que llegará al pueblo de al lado cinco minutos antes que tú; el que viéndose protegido por una carrocería de acero y en su aislamiento se convierte en una especie de centauro enloquecido y piensa que la carretera es suya; el que después de tantas campañas sigue creyendo que el cinturón de seguridad es menos seguro que sujetarse con las nanos o en los brazos de la madre; el que convierte su automóvil en oficina particular y en una forma de saludar a los amigos a los que nunca llama; el que se distrae tocando o dejándose tocar mientras conduce: El que se salta un semáforo o un paso de cebra justificando que tiene prisa; el que raramente se ocupa del estado de sus neumáticos ni de los frenos; el que aborda una curva a toda velocidad muy por encima de la aconsejada y de su poca experiencia; el que conduce con brazo colgando por fuera de la puerta; el que se pega a la trasera del coche que circula delante a un metro a toda velocidad; el que…el que…el que…así hasta el infinito puede llegar un conductor en muchas ocasiones sin ser consciente de que pone su vida en peligro, la de los suyos y la de sus semejantes, en una palabra,”EL HOMBRE” el factor humano, principio y fin de todas las cosas. No le echemos la culpa a nadie más.