Aquel que reniega de la tierra que le vio nacer, merece un calificativo que no voy a utilizar por respeto a mis lectores.

Por razones de mi trabajo de entonces, tuve que hacer un viaje a la Alpujarra granadina que me obligó a pasar la Nochebuena de aquel año 1954 en uno de sus bellos pueblos, Vélez de Benaudalla.

La hambruna, era una pandemia que asolaba a toda España y nunca olvidaré que  por toda cena, comí algunas sardinas arenques, pero eso sí, acompañé al resto del pueblo a la Ermita después de recorrer a pie un empinada cuesta muerto de frío.

Entre los millones de españoles que entonces emigraron a Cataluña huyendo de la miseria, estaba, según ha contado él mismo, el padre de este alcalde que ha tenido la desfachatez de comparar a España con el Magreb.

Para empezar, ni en Andalucía ni en el Magreb actuales, ni ahora ni entonces se viaja en camello, se vive en cuevas o se alimentan de dátiles. Por el contrario, sobre todo en Andalucía, el salto hacia la modernidad y el enorme cambio que ha dado esa hermosa tierra a la que ahora insulta, incluido Vélez de Benaudalla, ha sido tan grande que casi cuesta trabajo creerlo.

La Cataluña de la que se ufana se debe en buena parte a los emigrados que, como su padre, con su esfuerzo y tesón, han contribuido a esa calidad de vida que ahora disfruta y que debería haberle hecho reflexionar.

Corrupción, indigencia, paro y miseria, que deberían avergonzarnos, son comunes tanto a Andalucía como a Cataluña y, a pesar de todo, la alegría, el sol, el amor a la vida y la filosofía de los andaluces en esa tierra en la que nació Séneca, es posible que sea la envidia de los que como él denigran al terruño que les vio nacer.