Es inevitable, cada vez que viajo por Francia u otro país europeo, las diferencias son tantas, que siento cierta envidia.

Pero sin entrar en comportamientos y actitudes de los conductores respecto a las normas, llama la atención, por ejemplo, que en las autopistas los límites de velocidad casi siempre son 130 kilómetros por hora.

En España los expertos de Tráfico y algunas asociaciones siguen insistiendo en los peligros de la velocidad y, en efecto, a mayor velocidad menos tiempo para reaccionar, y si se produce un accidente, los daños al vehículo y a las personas se agravan proporcionalmente a la velocidad a la que el vehículo circula en ese momento. Hasta ahí, tiene toda la razón.

Pero esa ecuación podría aplicarse a las velocidades que desarrollan un avión o un tren de alta velocidad. Para evitarlo ambos sistemas se protegen con grandes medidas de seguridad.

A los automóviles actuales, los fabricantes se han preocupado de dotarlos de grandes medidas de seguridad pasiva y seguridad activa (seguridad de marcha), en la medida de lo humanamente previsible.

En lo referente a las vías, además de que el panorama español ha sufrido un cambio espectacular, tenemos varios miles de kilómetros de modernas autovías y autopistas en las que el riesgo de una accidente, salvo por alcances con mal tiempo, es mínimo con relación a los que tiene lugar en vías convencionales de circulación en ambos sentidos.

Pero lo más importante, en cuanto a las primeras, es la eliminación total del peligroso tráfico de frente que elimina la siempre problemática maniobra de adelantamiento.

Cuando el usuario se ve obligado a pagar un precio demasiado alto para lo que recibe a cambio en las autopistas, lo menos que espera es que le obliguen a circular a una velocidad  muy por debajo de las prestaciones de su coche y las que permite la propia vía.

Para un automóvil moderno, los 130 kms/h le dan un margen de seguridad más que suficiente. Mantenerse en esa postura inexplicable de los 120 kms/h, demuestra una vez más que la DGT “Is Different”