Hace ya muchos años que yo bauticé el paddock de la Fórmula 1 como la “Feria de las Vanidades”, donde sólo eres respetado y valorado por tu trabajo como periodista si le pones delante al personaje que te interesa un micrófono y una cámara de televisión.

Hasta que aparecieron el talento y la clase del español Fernando Alonso, hablo en primera persona, un periodista español era mirado como un ser extraño llegado de un país exótico que no disfrutaba de ningún prestigio en el exclusivo mundo de la Fórmula 1.

Dejando a un lado el bien ganado respeto que se le tiene en todo el mundo a Fernando Alonso desde el más modesto mecánico hasta el más acaudalado preboste, el segundo piloto español más querido y admirado es el catalán Pedro Martínez de la Rosa.

Era todavía casi un chiquillo cuando en el trascurso del Gran Premio de Inglaterra en Silverstone (eran los años noventa, no recuerdo la fecha exacta) fui a visitarle a una extremo de la instalación donde estaba Pedro que participaba  en la fórmula III inglesa con el equipo “Racing for Spain”.

No puedo presumir de tener una verdadera amistad con él, pero he seguido su accidentada trayectoria como piloto y su incansable lucha por sentarse al volante de un Fórmula 1 donde la suerte no ha corrido pareja con su extraordinario talento.

Pero, en cualquier caso, su elegancia, su saber estar siempre a la altura de las circunstancias, su extraordinario conocimiento técnico de este deporte y su empatía, le han ganado la admiración de esa “Feria de las Vanidades” a la que es muy difícil llegar y mucho más permanecer.