Cuando sale del aparcamiento, gira el volante apoyando la mano extendida sobre la palma como si quisiera quitarle el polvo.

Cuando arranca en el primer semáforo hace patinar los neumáticos para ser el primero en legar al siguiente a doscientos metros, donde se ve obligado a frena bruscamente; gasta más combustible, más neumáticos y somete al motor y a los mecanismos de tracción a un esfuerzo extra, precisamente, cuando tienen que mover desde cero una masa de más de una tonelada.

Se sienta muy pegado al volante o se separa con los brazos estirados “estilo racing”; muy cerca, los brazos le dan en los costados si tiene que hacer un giro inesperado; si va muy separado, en la misma situación, los brazos no le permiten girar si no separa la espalda del asiento.

Si agarra el volante con los antebrazos y las manos juntas sobre la parte superior del volante, corre el peligro de volcar al esquivar un obstáculo, si conduce con un dedo en la parte inferior, suelta el volante durante unos segundos, lleva siempre la mano derecha agarrando la palanca del volante, en un coche de cambio manual, al coger un bache profundo o una piedra, lo más seguro es que pierda el control o vuelque al rectificar demasiado tarde.

Si sujeta el volante por la parte más alta introduciendo la mano por su interior con el brazo doblado, sólo le sirve para girar en una dirección, si pretende hacerlo en las dos, no lo conseguirá a no ser que se rompa el brazo.

Cuando dedica demasiado tiempo a mirar a su copiloto o se vuelve a los pasajeros de los asientos traseros al hablar, basta con que emplee uno pocos segundos para salirse de la vía o chocar con un vehículo que viene en dirección contraria.

Si quiere jugar a la ruleta rusa, sólo tiene que redactar mensajes desde el móvil.

Si se coloca el cinturón de seguridad sobre el hombro sin fijarlo a su enganche para engañar a la policía, puede romperse un día la cabeza.

Si en el invierno se pone el cinturón sobre ropa voluminosa, en caso de un impacto, ésta cede, la distancia de su cuerpo al volante aumenta y acaba golpeando su cabeza sobre el volante o el parabrisas.

En el verano, llevar el brazo colgando por fuera plantea dos serios problemas; o no controla el vehículo con una sola mano, o pierde un brazo en una colisión lateral.

Si para mostrar sus habilidades acelera o frena con brusquedad, o gira en las curvas a velocidad excesiva, lo que consigue es asustar a sus acompañantes y demostrar su mala educación.

Cuando a veces me toca viajar como copiloto, si el conductor es una persona joven del género masculino, de forma estúpida, casi siempre pretende hacerme una demostración de sus habilidades; el conduce “guay” y “controla tío” mejor que nadie.

Cuando termina el trayecto, jamás le hago un comentario, en España decirle a un conductor que es un mal “pisapedales”, es peor que mentarle a la madre.

Paco Costas